viernes, 16 de enero de 2015




INACABADO, Guillermo Carnero


Te quisiera mirar y que tú me miraras
como el salvaje ve la tersura del mar,
sorprendido del don que no comprende
en agradecimiento misterioso:
tocarnos como acerca la mano hasta la llama
entre las asechanzas de la noche,
que con temor bajáramos los ojos
al caer hasta el suelo nuestras ropas.
Tendríamos el don de la torpeza
y no, como dos textos muchas veces escritos,
el de la funeral sabiduría
que nos impide ser la bendición del agua.
El agua se concede siempre nueva,
no la marca la quilla ni la lesiona el viento
y en su profundidad no late la memoria.
No queda nombre escrito sobre el agua.
Los cuerpos que nos siguen en la sombra
arañan por debajo de la puerta
si nos oyen reír.
                          Este poema
se está volviendo triste por momentos,
sentimental, intolerable.

Lo acabaría si fuera una canción.

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