INACABADO,
Guillermo Carnero
Te
quisiera mirar y que tú me miraras
como
el salvaje ve la tersura del mar,
sorprendido
del don que no comprende
en
agradecimiento misterioso:
tocarnos
como acerca la mano hasta la llama
entre
las asechanzas de la noche,
que
con temor bajáramos los ojos
al
caer hasta el suelo nuestras ropas.
Tendríamos
el don de la torpeza
y
no, como dos textos muchas veces escritos,
el
de la funeral sabiduría
que
nos impide ser la bendición del agua.
El
agua se concede siempre nueva,
no
la marca la quilla ni la lesiona el viento
y
en su profundidad no late la memoria.
No
queda nombre escrito sobre el agua.
Los
cuerpos que nos siguen en la sombra
arañan
por debajo de la puerta
si
nos oyen reír.
Este poema
se
está volviendo triste por momentos,
sentimental,
intolerable.
Lo
acabaría si fuera una canción.
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