EL CAUDAL, Antonio Moreno
(Colección
Adonáis, Rialp, Madrid, 2014)
Aunque
en la poesía de Antonio Moreno predomina una visión hímnica y celebratoria de
la vida, quiero por esta vez compartir con los lectores unos poemas que se
adentran en el dolor asumido ante la pérdida.
He dudado en copiar unos u otros poemas, porque
son muchos los que me gustan. Les sugiero que relean “El color de la dicha”,
“La ermita”, “Cuestiones esenciales para uno” y “Canción del caminante”. Esta
enumeración es una invitación para que disfruten de un poemario llamado a
perdurar.
ELEGÍA
No poder
SER,
ay, testigos del dolor ajeno,
y
ver a quien queremos consumirse
a
merced del estrago y de la merma.
Saber
que el sufrimiento se abre paso
sin
tregua en cada poro de la piel,
consciente
de que es suya la victoria.
Haber
de oír el llanto de los nuestros
y
ver que no podemos hacer nada,
salvo
tender la mano para dar
su
amor, su compañía, su impotencia.
En el día de la despedida
YA
ves qué cosas: llueve. Es lo que pasa,
es
lo que está pasando ahora: llueve.
Y
parece mentira que suceda.
Que
pueda suceder esto, la lluvia,
y
el viento brusco y fresco que la anuncia.
Me
parece increíble que aparezca;
que
esté ocurriendo sin contar contigo,
al
margen de tu vida, sin que acudas
a
darles este don a tus macetas;
que
pueda estar lloviendo sin tenerte
a
nuestro lado, sin poder besarte
ni
hablarte nunca más, aunque lo ansiemos.
Aún
no creo que esto nos suceda.
Por mi mal…
TU
reloj y tu anillo, y los pendientes,
y
una pulsera, envuelto todo en frágil
y
rugoso papel de servilleta;
así
de torpemente, como el dulce
que
nuestra madre envuelve en su cocina
y
nos lo da para que lo gustemos.
Qué
absurdo ver que tu reloj funciona.
Qué
pródiga esta vida: una vez más
tendremos
que aprender a despedirnos.
No obstante
NO
obstante, existe para mí un consuelo:
saber
que no tendrás que despedirte
ni
de tus padres ni de tus hermanas,
ni
–ya ves—de ninguno de nosotros;
ni
siquiera del bueno de tu gato,
cada
vez más decrépito, más seco;
saber
que te ahorrarás los años fríos
de
la vejez y todos sus adioses.
Tuviste
lo mejor que da la vida.
Es
éste ahora mi mejor consuelo.
Ropa lavada
MIENTRAS
tendíamos la ropa, Bárbara
ha
señalado hacia una nube: “Mírala”.
Sí,
yo también la he visto allá, muy blanca,
rizada
y luminosa, gigantesca,
de
arriba abajo plena de septiembre.
También
la he visto allá, tras nuestras sábanas.
Y
no sólo por mí. No sólo en mí.
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