sábado, 21 de septiembre de 2013




Para Ada, José Luis Zerón

De la noche a la mañana
te acompaño, hija,
siempre cercano a ti,
confuso.
Caminamos ambos con nuestros miedos:
los míos más antiguos y asumidos,
los tuyos turbias constelaciones,
zumbidos de un reino inaugural.
El día ya se levanta,
crece el espacio
e irradia tu mirada.
Yo estoy extraviado.
Tú estás extraviada .
Estamos extraviados.
Pero avanzamos.

Es duro el amanecer para el inocente.

Quieres expresarme en silencio
tu necesidad de alzamiento,
y yo finjo ignorancia
porque no sé restablecerte.

Al levantarnos cada día empozados
nos reconocemos en casa con el mismo saludo
y con la misma despedida nos alejamos
junto al carrizal donde se ahogan las estrellas.
La muerte ronda a la vida,
pero no creas que el olor a enfermo de la ciudad
es la agonía de ningún paraíso.

Caminamos. Pensamos. Polemizamos.
Nos olvidamos y nos reencontramos. Yo no puedo
alzarte sobre tus miedos, no sé cómo hacerlo,
pero puedo por un instante dejar
sobre tu hombro la huella de mi mano.


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