lunes, 11 de mayo de 2020


                       FAHRENHEIR 451, Ray Bradbury



Es curioso que la cita que precede a esta novela no solo sea una invitación a la libertad individual, sino que además la firme unos de los premios Nobel  más valorados en la literatura española: “Si os dan papel pautado / escribid para el otro lado” (Juan Ramón Jiménez). Y esto es precisamente lo que decide hacer el protagonista principal de esta conocida novela de Ray Bradbury (1920-2012). Montag, de regreso de su trabajo como bombero “quemalibros”, se encuentra a Clarisse, una muchacha “diferente”, que no participa del pensamiento único del Sistema: leer es peligroso porque permite que el ser humano piense y sea libre.
En la sociedad cautiva, fría y carente de sentimientos, en la que viven los personajes de esta novela de ficción, está prohibido leer, y quienes lo hacen son delatados por sus conciudadanos, y sus libros, consecuentemente, quemados por una brigada de bomberos de la que forma parte Montag. Este tranquilo personaje no era feliz. Amaba a su mujer, al tiempo que se sentía atraído por Clarisse, esa joven que esconde un misterio, una dulzura, una personalidad propia que le atrae. El Sistema la obliga a ir al psiquiatra para que ella explique por qué le “gusta pasear por el bosque, observar los pájaros y coleccionar mariposas” (33). A su vez, Clarisse ve en Montag a un hombre también diferente: “Usted no es como los demás. (…) Cuando hablo usted me mira. (…) Anoche cuando le dije algo sobre la luna, usted la miró. Los otros nunca harían eso. Los otros se alejarían, dejándome con la palabra en la boca. O me amenazarían. Nadie tiene ya tiempo para nadie” (p. 33).
Mildred, la mujer de Montag, vive, como todas sus amigas, una existencia plana, en la apariencia, en la ausencia de pensamiento crítico. En un personaje arquetípico, incapaz de comprender a su marido cuando este le cuenta cómo vio arder a una mujer con toda su biblioteca. Ellos, que no recuerdan ni cómo ni cuándo se conocieron, eran “un absurdo hombre vacío junto a una absurda mujer vacía” (p. 53). Sus días se suceden frente a la pantalla; cuantas más pantallas en el hogar, mayor prestigio social. El único alimento intelectual que proporciona el Sistema procede de la dieta inane que se suministra a través de la televisión. Montag es sensible y siente que se aleja de ella y de la represión: quiere leer, se siente atraído por la autenticidad de Clarisse, no le importa que su mujer le vea leer, no comprende la adicción por las pastillas que siente su esposa, ya no siente capaz de quemar libros y quiere salvar del fuego algún ejemplar. Montang lamenta haber tenido esa vida, haber sido bombero como lo fueron su abuelo y su padre, porque al quemar un libro destruía también al hombre que consagró su tiempo a crear ese libro. Montang se rebeló ante tanta injusticia, lo que  le obligó a huir a un mundo donde los hombres no tienen libros porque precisamente ellos mismos son libros. Como si fueran unos Sócrates contemporáneos, los “hombres libros” no pueden escribir las obras que aman, solo pueden conservar en su memoria el contenido de un libro. El propósito es legarlo a otro hombre antes de morir para evitar su desaparición. Solo así permanecen vivos los libros, obras interiorizadas y transmitidas de modo oral, de una generación a otra.
La ideología del Sistema está en la voz de Beatty, el jefe su superior de Montag, quien sospecha del cambio interior que se está produciendo en su subordinado: “La gente quiere ser feliz, ¿no es así? (…) ¿No les mantenemos en acción, no les proporcionamos diversiones? Eso es para lo único que vivimos, ¿no? (p. 69)”. Beatty, para sorpesa de Montag, dirige la salamandra metálica (el vehículo que los bomberos utilizan en sus desplazamientos para quemar libros) hacia su casa. Es una de las escena de mayor tensión, al descubrirse que Montag posee libros y ha sido delatado por su propia esposa.
A partir de ese momento, la acción se precipita. Montag acude a Faber, un viejo profesor superviviente, amante de los libros y de la libertad, con quien mantiene contacto a través de una cápsula acústica. Será quien le ayude en la huida de la ciudad y contribuya a despistar al Sabueso, un artilugio mecánico capaz de localizar a cualquier ser humano siguiendo el rastro de su olor. El encuentro de Montag con los “hombres-libro” le descubrirá que existe otro mundo, lejos de la ciudad, en el que se conserva el saber y los valores humanos. Destruida la ciudad por las continuas guerras, ellos serán la esperanza de un mundo nuevo. Las palabras que Granger, un habitante del poblado de los “hombres-libro”, recuerda de su abuelo son un acicate para Montag: “Llena tus ojos de ilusión –decía–. Vive como si fueras a vivir dentro de diez segundos. Ve al mundo. Es más fantástico que cualquier sueño real o imaginario. No pidas garantías, no pidas seguridad. Nunca ha existido algo así. Y, si existiera, estaría emparentado con el gran perezoso que cuelga boca debajo de un árbol, y todos y cada uno de los días, empleando la vida en dormir. Al diablo con eso –dijo–, sacude el árbol y haz que el gran perezoso caiga sobre su trasero” (p. 168).
         Afortunadamente, los vaticinios de Ray Bradbury no se han cumplido. Un mundo sin libros sería insoportable, como lo sería un mundo sin tiempo libre y sin libertad individual, valores que se desprecian, exactamente como sucedía en la maravillosa novela de  Michael Ende, Momo. En ese mundo superficial donde reina el pensamiento único, la poesía y los sentimientos verdaderos tampoco tienen cabida: “Siempre lo he dicho –afirma una de las amigas de Mildred–, poesía y lágrimas, poesía y suicidio y llanto y sentimientos terribles, poesía y enfermedad. ¡Cuánta basura!” (p. 111). Y en otro momento se dice: “Dale unos cuantos versos a un hombre y se creerá que es el Señor de la Creación” (p. 129).
Viene ahora a mi memoria esa conocida cita de Graham Greene, en la que solo habría que cambiar la palabra “escribir” por “leer” para que todo tenga sentido: “Escribir es una forma de terapia: a veces me pregunto cómo se las arreglan todos los que no escriben, componen o pintan para escapar de la locura, la melancolía, el terror pánico inherente a la condición humana”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario