miércoles, 26 de marzo de 2014




POEMAS,  Vicente Gallego
El Día del Padre, bien tempranito, me fui con mi mujer caminando hasta el Cementerio Nuevo. Un paseo de dos horas y pico, tiempo suficiente para oír en el reproductor una conferencia que Vicente Gallego leyó hace ya tiempo en la Fundación Juan March. Y debo decir que me encantó, no solo por las explicaciones que ofrecía sobre su propia obra (en continúa evolución hasta encontrarse gravitando sobre un centro cada vez más espiritual y esencial), sino por la lectura continuada de sus poemas, sin comentarios previos ni intercalados. Era un continuo, como un salmo con misterio. Tras finalizar la lectura, me llamó igualmente la atención la sabiduría con que contestaba las preguntas, así como su reivindicación del valor de la amistad, entre otras cuestiones.  
Comparto con ustedes, dos poemas que siempre han me gustado:


ESCUCHANDO LA MÚSICA SACRA DE VIVALDI

A Carlos Marzal y Felipe Benítez



Como agua bendita,
como santo rocío tras la noche de fiebre
lava el alma esta música con su perdón sincero,
fluyente arquitectura que en el aire vertebra
la ilusión de otra vida
salvada ya para gozar la gloria
de un magnánimo dios.

De lo terrestre naces,
del metal y la cuerda, de la madera noble,
de la humana garganta
que estremecida firma la hora suya en el mundo;
y sin embargo vuelas, gratitud hecha música,
evanescente espíritu
que en el viento construyes tu perdurable reino.

Si algún eco de ti sonara en nuestra muerte...

En mitad  de la noche suenas hoy,
cadencioso milagro, pura ofrenda de fe
en honor de ese dios que no escucha tu ruego
o  que escucha escondido, tras su silencio oscuro,
la demanda de luz con que el hombre lo abruma.

Y si no existe un dios,
¿quién inspira en tu canto tan cumplido consuelo,
extraña melodía de blasfema belleza
que a los hombres sugieres su condición divina,
para qué sordo oído
--cuando sea ya el nuestro desmemoria en el polvo--,
en mitad de la muerte, orgullosa plegaria emocionada,
celebras esa frágil plenitud
de no sé qué verano o qué huérfana espuma
feliz
de aquella ola
que en la mañana fuimos?


(De Santa deriva,  Visor, 2002)



EL SOÑADOR

         a Antonio Cabrera

Una noche dijiste, padre,
poniéndome en la frente
un fresco paño:
no temas a los sueños.
Yo volvía del mundo
más real que conozco,
donde afila
la vida sus ultrajes.

¿Dónde estabas cuando fui perseguido,
cuando casi,
cuando ya me tenían?
Un alma tan menuda
y ya en asedio.

Cuando alzaron
esta carne ensartada,
¿por qué no me asistió
tu brazo fuerte?
¿Por qué no te acercaste a susurrarme
que era todo un engaño
hasta aquel escondido matadero?

Y aunque hubieras logrado
llegar aguas abajo hasta el profundo
lugar de mi extravío
por ahorrarme el mal sueño,
por tenerme avisado,
¿cómo hubiera podido yo creerte
que no había razón para temer;
que aquel cuerpo de duelo
me dolía;
que aquel pánico mudo
no era el mío?

Quién sabrá convencer al soñador
de que está descansando,
si de pronto
hace pie en carne viva
sobre una tierra dura
como todas,
si allí se ve despierto y abrumado
como nunca lo estuvo.

En mitad de la noche
me ha llamado mi hijo:
volvía de lo hondo;
traía del viaje
en las pupilas
un pavor verdadero;
lloraba amargamente
una certeza.
Y me vi repitiendo
--recordando las tuyas, padre mío,
gustando con mi lengua su congoja--
las palabras más falsas:
no temas a los sueños.

Cualquier niño comprende
muy pronto que esta vida
es un doble trabajo,
y siempre cierto:
galeras con sol,
más remo en el nublado.

En esta casa, ahora,
duermen tres,
y siempre duermen solos.
El que me llama padre,
la que me dice amigo,
¿dónde van cada noche
que no sé defenderlos?

Las tres banderas negras
y oscuro el mar vinoso,
ya acercan los buques
que habrán de esperarnos.

Qué solo el soñador:
el que despierta
y vuelve a despertar
nunca sabe en qué orilla
de este sueño tan vivo.

 (De Si temierais morir, Tusquets, 2008)

No hay comentarios:

Publicar un comentario