lunes, 24 de abril de 2023

                    EUFORIA, Carlos Marzal

 


 

Euforia es un libro ambicioso, en el que coinciden poemas extraordinarios (los más “sensitivos”) con otros en exceso discursivos, pero todos son el resultado de observar con asombro “lo real inabarcable”, una cualidad que nutre la obra de Carlos Marzal (Valencia, 1961) y la acaba insertando en esa manida corriente de poesía de la experiencia.

         En 2005, el poeta valenciano publicó en la Fundación Juan March una antología, precedida de una breve poética (Extraña forma de vida), en la que abordó muchas cuestiones sobre su labor creativa, y que ahora, después de haber leído Euforia, me han aportado algo de luz. Entre sus afirmaciones más relevantes, destaco esta: “La poesía no es otra cosa que canción, música de las palabras dispuestas para convocar la dualidad sublime a la que aspira el hombre en sus mejores sueños: belleza y verdad, que son, como sabemos, una y la misma cosa en la obra de arte conseguida”. Y, más adelante, utiliza un sentencia genérica y reiterativa: “Creo que la poesía podría entenderse como la aventura verbal que trata de dar cuenta de la aventura vital de una conciencia”.

         Expuesta esta reflexión sobre el sentido de la poesía para Carlos Marzal, creo que para dar cuenta de este amplio poemario es pertinente referirse a los poemas que de algún modo me han interpelado. De mi lectura no emana una exégesis exhaustiva, sino más bien breves comentarios sobre lo que considero relevante. 

Desde siempre Marzal ha sido considerado como un poeta cumbre de eso que se dio en llamar poesía de la experiencia, si bien su obra contiene un peculiar jubilo de raigambre mediterránea. Euforia consolida, después de trece años sin publicar ningún libro de poesía, ese mismo universo poético. En el poema “De todo corazón” se dice: “Yo no quiero pasar por razonable: / aquí sólo cantamos a la euforia” (p. 24). El poeta afirma que ha encontrado de nuevo esa “temperatura del espíritu”, que le permite nombrar el mundo con entusiasmo y admiración. Por eso, comparte el advenimiento del poema (“La visita”) como si se trata de un ente que da sentido a su vida:

 

Después de muchos años sin escribir ninguno,

ayer logré acabar otro poema.

 

Sería más preciso el haber dicho

después de muchos años sin suceder ninguno.

Los poemas suceden, nos ocurren,

los versos acontecen cuando quieren,

sólo siguen la ley de su capricho. (p. 79). 

 

Son muchos los poemas en los que Carlos Marzal se reafirma en su afán de celebrar la vida: ya sea en la reivindicación del instante feliz (“Qué desnuda / manera de sentirnos, ahora y siempre”, p. 251); ya sea en el recuerdo que salva la plenitud de la infancia cuando se tenía “la vida por delante”; o ya sea en la defensa del humor (“Esa fue su receta: / el buen humor / (…) brindar sin un porqué toda la vida, / desafinar riendo hasta la muerte”, p. 117). Aparte de plasmar su ideario del entusiasmo y la alegría con acertados poemas hímnicos, ofrece también lo contrario, es decir, una visión de la tristeza cuando se refiere al sombrío ceremonial de palabras y ritos que rodean a la muerte. Igual sucede cuando alude a la seriedad y al sufrimiento con el que la Semana Santa impregnó sus días de juventud:

 

En las ciudades, 

el tedio se eleva a cumbres metafísicas.

Se había decretado la tristeza

(cifrada para mí en prohibir el cine),

y daban a la culpa

un oscuro estatuto de prestigio.

(…)

El niño aquel que fui

                                    nunca entendió

que un Dios omnipotente transigiera

con tanta desazón, con anta angustia

y, sobre todo 

                           tanto aburrimiento (p. 61).  

 

         Incluso cuando alude al sentimiento elegíaco, remata el poema con un tono celebratorio, tal y como se advierte en el poema que está dedicado a la profesora Carmen Alemany, titulado “Gran Hotel de Barbastro”, en el que sobresale un atinado tono narrativo.

Entronca este poema con otros que son sendos homenajes a dos de sus autores predilectos, con los que siente vínculos afectivos y poéticos (“La mañana en que enterramos a Francisco Brines” y “César Simón Gordo”). También reflexiona sobre la utilidad de los saberes y sobre la idea socrática de que todos los conocimientos previos emanan del interior de los individuos, hasta defender la unión de vida y literatura, una dualidad que, para el poeta, es indisoluble. 

 

LITERATURA ESPAÑOLA NEOCLÁSICA

 

A Luis Landero

La efervescencia de este sol invicto

invita a cualquier cosa

                                –en especial

a dos actividades del espíritu

cada cual más sublime–:

 

vagar sin hacer nada de provecho

y consagrarse a la cerveza fría.

 

Insisto: a cualquier cosa,

                                    menos a este sadismo

de explicarles en pleno mes de marzo,

con esta arrebatada primavera,

los textos candorosos

de la literatura neoclásica.

 

Habría que nacer

con todas las lecciones aprendidas

–la historia, la gramática y el cálculo–,

esa reminiscencia fantasiosa

de la que habla Platón,

y esmerarnos tan sólo en ser felices.

 

Es un crimen de lesa humanidad,

entre cuatro paredes,

hablar de quienes cantan a la vida,

mientras la vida canta, 

       entusiasmada,

         derrochando su luz desobediente.

 

         Ahonda en la devastación del paso del tiempo, pero salva los instantes de plenitud que llenan de sentido el presente (valgan como ejemplo los poemas “Vivir del aire” y “Es día de matanza”). 

Existe un afán de totalidad, de abarcar espacios y objetos para teorizar poéticamente, para extraer de lo minúsculo enseñanzas afectivas, tal y como sucede en el poema “La lista de la compra”, en el que alude a sus hijos: “Esta lista es el método / mediante el que me opongo a la desgracia / Un gesto reflexivo, una oración / que reza a la materia y al espíritu. / Muchos actos de amor no lo parecen”.

         Son muchos los matices temáticos de este poemario (en “A cobro revertido” indaga en el erotismo convulso de sus años juveniles, mientras que “Fumando después de” reflexiona sobre el placer sexual), pero, sobre todo, subyace en este poemario la idea de que la verdad y la belleza son cualidades que, bien dosificadas, confieren al poema un valor transcendente. Así sucede, por ejemplo, cuando ensalza el afecto sincero en las relaciones paternofiliales (“Patres et filios”).  En otros, aparentemente más graves, considera el hecho religioso como un regreso al paraíso, “que es la infancia del mundo” (“Una idea de Dios”).

         “Valencia” es un poema que muestra la actitud del poeta de poetizar la totalidad de la vida –de su vida– para plasmar el pulso alegre de su existir. Pero si hay un poema que reclama mi atención es el titulado “La perfección”:

 

Allí donde detengo la mirada

veo la perfección:

                           en cada objeto,

en ese vaso de cristal, en cada

cosa que me rodea por destino,

porque viene hasta mí para cumplirse.

 

Cuando observo a quien amo, lo perfecto

cristaliza en su vida, en su obra en marcha.

 

El pájaro en su cielo es impecable,

y es impecable el aire que respiro.

 

Lo imperfecto soy yo. 

                                 Lo más impuro,

que no acierto a vivir

                               tan sólo para el pájaro,

tan solo

para el aire y el vaso, para el cielo,

para el amor, que siempre es de cristal,

para cantar la perfección tan sólo.

 

            

Título: Euforia.

Autor: Carlos Marzal

Editorial: Tusquets.

Año de publicación: 2023.

Páginas: 256.

 

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