EL CONTRABAJO, Patrick Süskind
Al concluir esta novela corta (1999), he echado de menos la plasticidad de la prosa que disfruté en la afamada novela El perfume del mismo autor. Si allí el discurso narrativo era altamente literario y trenzado con abundantes recursos, ahora leemos una especie de monólogo lleno de incisos propios de la oralidad.
En El contrabajo P. Süskind ofrece un artificio textual bastante depurado, en el que prima la ironía y un surrealista sentido del humor. El discurso del personaje principal –sin apenas referencias al mundo exterior– es anodino en las primeras páginas, si bien poco a poco va atrapando al lector con sus previsibles golpes de humor. El músico que habla es un maestro del contrabajo. Y si este instrumento se considera menor a pesar de ser la base rítmica de cualquier pieza musical, no lo es menos la baja autoestima que muestra el protagonista. Sabemos que está enamorado de Sarah, una joven soprano muy reconocida. A partir de esta confesión, y para demostrarle su amor, el protagonista va planificando un golpe de efecto en el estreno de una importante ópera, aun a riesgo de perder su trabajo en una reconocida orquesta alemana.
El disparatado monólogo está en consonancia con un personaje desmesurado, reflexivo y solitario, que va creando un discurso lleno de incisos y digresiones a veces acertados y las más de las ocasiones francamente peregrinos.
El protagonista exhibe un importante bagaje musical. Consideramos que el autor lleva a cabo con esta novela breve un elogio de la música. Para P. Süskind son acertadas las palabras de Goethe: “La música está tan alta, que ninguna inteligencia puede superarla”.
Por su parte, el protagonista lo expresa así:
“Siempre habrá música, en Oriente y en Occidente, en Sudáfrica y en Escandinavia, en Brasil y en el archipiélago Gulag. Porque la música es metafísica, ¿comprende?, metafísica, o sea, detrás o más allá de la mera existencia física, más allá del tiempo, la historia y la política y pobres y ricos y la vida y la muerte. La música es… eterna”.
Un obra menor, que nos hace sonreír solo al final.
“En una ocasión quise forzar las cosas, durante el ensayo de Ariadna. Ella cantaba el eco, no es mucho, sólo un par de compases, y el director de escena sólo la hizo aproximar una vez a las candilejas. Desde allí habría podido verme, si hubiera mirado, si no hubiese fijado la vista en el DGM… Se me ocurrió pensar: si ahora yo hiciera algo, algo que llamase su atención… como dejar caer el bajo o golpear con el arco el cello que tengo delante o simplemente tocar una nota falsa… en Ariadna quizá se habría oído, porque sólo tocamos dos bajos…
Pero enseguida desistí. Es más fácil decirlo que hacerlo. Y usted no conoce a nuestro DGM, que toma una nota falsa como una ofensa personal. Además, se me antojó muy infantil iniciar mis relaciones con ella valiéndome de una nota falsa… y, ¿sabe usted?, cuando se toca en una orquesta, junto con los colegas, echarlo todo a rodar de pronto, con toda “la intención, por así decirlo… no, no soy capaz. En el fondo debo de ser un músico demasiado honrado y pensé: si tienes que tocar mal para que ella se fije en ti, es mejor que no se fije. Ya ve, yo soy así.
Entonces intenté tocar del modo más bello que pude, en la medida en que esto es posible con mi instrumento. Y pensé: será una señal: si llamo su atención tocando mejor que nunca, si mira hacia aquí, si me mira… será la mujer de mi vida, será mi Sarah para toda la eternidad. Por el contrario, si no me mira, se acabó todo. Sí, tan supersticioso se puede llegar a ser en las cosas del amor. No me miró. En cuanto empecé a tocar del modo más bello, ella tuvo que levantarse y retirarse a último término por exigencia del director. Tampoco se dio cuenta ninguna otra persona. Ni el DGM ni Haffinger, el bajo que estaba a mi lado; ni siquiera este último advirtió lo bien que tocaba….
(…) ¡El efecto es colosal! Al día siguiente aparece en el periódico, me echan de la orquesta nacional, voy hacia ella con un ramo de flores, ella abre las puertas, me ve por primera vez, estoy erguido ante ella como un héroe, y digo: «Soy el hombre que la ha comprometido, porque la amo». Caemos el uno en brazos del otro, unión, bienaventuranza, sublime felicidad, el mundo se hunde a nuestros pies. Amén.
Como es natural, he intentado sacarme de la cabeza a Sarah. Lo más probable es que sea humanamente imperfecta, que carezca de personalidad, que sea intelectualmente mediocre, que no tenga categoría para un hombre de mi talla”.
Título: El contrabajo.
Autor: Patrick Süskind.
Editorial: Seix Barral.
Año de publicación: 1999.
Páginas: 64
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