LO INESPERADO, Antonio Moreno
El hombre –y el poeta luminoso que vive en él– es un caminante pertinaz. Antonio Moreno ya ha dado cuenta de su querencia al dulce caminar por ser algo intrínseco en su vida. Son muchos los textos y poemas que abordan este asunto, aunque bastaría con mencionar su magnífico libro de viajes, Estar no estando (Pre-Textos, 2016) para justificar su condición de andariego. Quizá no sea casualidad que el poema que abre su último libro (Lo inesperado, Renacimiento, 2022) muestre, una vez más, su gusto de mirar y comprender el mundo al compás de sus pasos.
UN PASEO DE INVIERNO
Hay algo dulce en caminar a solas.
Detrás, a nuestra espalda, la ciudad
se aleja paso a paso de nosotros,
más sordo cada vez ese zumbido
como una niebla suya que la envuelve.
Alrededor, arbustos, un bancal
abandonado, casi de extrarradio,
en el que, milagrosamente, aún
da sus flores la rama de un almendro.
Los campos, el dibujo de una sierra
tan limpio en el azul de la mañana,
y este sol de un febrero silencioso […].
Estos versos son el fruto de la vida de un hombre integrado en la naturaleza, capaz de mirar con delicadísima atención cuanto ve y siente a su alrededor. Diría que la mayoría de los poemas de Antonio Moreno tienen su origen en su peculiar manera de estar ensimismado, pero no consigo mismo, sino con el mundo natural. Es decir, en su modo de imbricarse con él, con ese espacio –tierra, mar, nubes– del que siempre ha deseado formar parte, donde siempre ha querido estar. Los últimos versos del poema “Pino al atardecer” son elocuentes: “Sus ramas, los gorriones que lo pueblan / –todo él– ya eran sustancia de mi vida”. Otras veces se detiene en menudencias que no son nimias, sino esenciales en su nutricia pequeñez, esto es, materia que no tendría existencia poética de no ser por la observación y la palabra precisa del poeta. Así sucede cuando expresa “ese universo dentro de una vaina”, o cuando alude al vuelo breve de una mariposa (p. 15), o cuando descubre una amapola entre residuos (p. 56), como si esos seres diminutos fueran milagros plenos de vida.
AÑO 2019
Entre la suciedad de pilas, bolsas
y plásticos y latas de aluminio,
en el mismo lugar de siempre, cerca,
ahí mismo y a un tiempo allá muy lejos,
roja, de un rojo que es más que su nombre,
surgida para inaugurar el mundo
a pesar de nosotros, en el borde
del camino por donde caminábamos,
frágil, limpia, sutil, vino a salvarnos
–trémula de verdad– una amapola.
Este poema sitúa al poeta en unas coordenadas temporales concretas, al transformar su vida en poesía. Pero Antonio Moreno también ha ido delimitando las coordenadas espaciales de su obra, hasta el punto de que existe, sustanciada en sus poemas, una geografía concreta –recorrida y vivida por el autor–. Me atrevería a decir que desde Gabriel Miró –de quien le alejan no pocas cuestiones estilísticas– nadie como Antonio Moreno ha convertido la provincia alicantina en el marco espacial preferente de su obra poética. Los poemas son los alfileres que delimitan esas coordenadas espaciales y que nos trasladan a la sierra de Aitana, Jávea, Puig Campana, Collado Azorín y Aguas de Bussot.
La naturaleza sustanciada en la vida del poeta, y viceversa, está presente en la mayoría de los poemas hasta convertirlos en un canto a la vida al aire libre. “My heart’s in the highlands” (Arvo Pärt), uno de los poemas más hondos, reafirma esta recurrencia temática, también tratada en otros libros anteriores, especialmente en La tierra alta, (La Veleta, 2006), donde una vez más los ojos del poeta captan el paisaje de la montaña alicantina: “Mi corazón está en las tierras altas. / Les pertenece en todo por entero”. En este estado de conciencia ante la belleza natural el poeta halla su razón de ser (véase también “Collado Azorín”, entre otros), lo que le lleva a establecer asociaciones delicadas de elementos, tal y como sucede en los siguientes pareados alejandrinos:
EL HILO TRANSPARENTE
El hilo transparente de resina en el pino,
que es fragancia y memoria de las pasadas lluvias.
El zumo de naranja, con su enigma de luz
contenido en el vaso que enciende la mañana.
Y este punto de sangre en la yema del dedo,
cuando feliz e incauto se adueña de la rosa.
El color de las moras que han manchado de grana
tus manos y tu blusa, y la explosión del jugo
de cada moscatel quebrándose en la boca,
junto a la fiel saliva que lo hace parte tuya.
Todas las formas, todas las versiones del agua
manando en cada instante hacia este cumplimiento.
Ha dado cuenta Antonio Moreno, en su larga trayectoria poética, de una perfecta adecuación entre pensamiento y emoción. Cada uno de sus libros es una unidad coherente que se integra, sin estridencias, en una unidad mayor reconocible temática y estilísticamente, hasta constituir una abundante obra poética en curso. Quien escribe estas líneas prefiere esos poemas, en los que el fiel de la balanza poética se decanta por la emoción. Cuando el poeta revela de manera más directa cierta intimidad, surgen poemas sencillos y emotivos. Tanto en “Andar juntos” como en “Unas pocas palabras” (La tierra alta) el autor apela al amor con versos plenos de ritmo, engañosa sencillez y contenida intensidad.
ANDAR JUNTOS
Ahora que las tardes son más cortas
y el año ya se extingue, ven conmigo,
seamos egoístas este día,
que de principio a fin sea sólo nuestro,
nada más tuyo y mío, y alejémonos
igual que cuando éramos muchachos,
felices por estar andando juntos,
andar solos, sin otra compañía,
hasta llegar a algún rincón querido
que solamente tú y yo conocíamos.
Aquella cala, donde los gorriones
se agolpan cada tarde junto al mar
alegrando un gran pino, ¿la recuerdas?
Sus vidas confluían con las ondas
que oíamos temblar entre las piedras,
intensas bajo el oro del crepúsculo.
Hemos tenido suerte, amor, después
de tantos años y de tantas pérdidas,
Pese a tanto como se nos fue yendo,
hemos tenido suerte, la gran suerte
de sentirnos dichosos como nadie
por poco más que andar los dos a solas,
juntos al pie del mar que resplandece
en estos días próximos a enero
y a este azul tan perfecto del solsticio,
sin que necesitemos nada más
que tenernos, amor, el uno al otro.
El poeta es un hombre que ama vivir y que acepta serena e imperturbablemente, como un estoico contemporáneo conocedor de la tradición, la imparable sucesión del tiempo. En Nec spe nec metu (lema con el que los gladiadores encaraban la muerte), agradece lo vivido y, de manera anticipada, lo que queda por vivir: “porque a esta edad, después de tanto, ya / se sabe, no se espera nada y duele, / sin embargo, decir adiós al mundo”. La narratividad (a partir de veinte endecasílabos que componen una sola oración) y una dicción más clara confieren a este poema mayor emotividad.
Como hiciera en su libro de memorias El sueño de los vencejos, la figura del padre adquiere en Lo inesperado una presencia mayor que en sus anteriores libros de poemas, lo que amplía sus habituales referentes temáticos: “Tus enormes cometas cautivaban / a los otros chiquillos de aquel barrio / medio asfaltado y pobre de la infancia”.
Aunque predominan los versos endecasílabos –el autor tiene buen oído para los acentos rítmicos, una exigencia por muchos olvidada–, Lo inesperado es un ejemplo de riqueza métrica. Y como mandan los cánones de la elegante dicción poética, Antonio Moreno prescinde de la rima y de cualquier adjetivación gratuita que tizne de inautenticidad unos versos llamados a perdurar.
Editorial Renacimiento
Título: Lo inesperado
Autor: Antonio Moreno
Primera edición: 2022
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