viernes, 12 de diciembre de 2025

 





ENCUENTRO CON JÓVENES LECTORES 

EN EL IES MISTERI D'ELX



Una gran alegría seguir defendiendo la lectura, los planes lectores y una educación basada en los valores.


Mi Tejoqui y Chavalicu, ese guiño juvenil del Quijote, sigue vivo.


Gracias.

martes, 9 de diciembre de 2025

 




MIL COSAS, Juan Tallón

LUNANA, Pawo Choyning Dorji



A veces reconforta ver una película sencilla, sin grandes pretensiones. Pero ¿qué es una película sencilla? Para mí, la que desarrolla una historia bien contada, con personajes que no sobreactúan, sin estridencias de músicas ni efectos especiales. Vamos, algo así como escuchar en boca de un anciano un cuento interesante con visos de verdad. Lunana (2019) es una película que cuenta la historia de un joven maestro, Ugyen, que no está muy convencido de su vocación y que se muestra reacio a desplazarse al lugar más recóndito de Bután para enseñar a unos niños. Lunana es un lugar al pie de unas cumbres nevadas, donde escasean muchas cosas básicas para cualquier urbanita. Al principio Ugyen no quiere marcharse a Lunana porque anhela cumplir el sueño de su vida: viajar a Australia para ser cantante. Pero poco a poco, aceptará vivir en ese lejano lugar; se sentirá feliz al descubrir las cosas importantes de la vida; agradecerá sentirse ajeno a todas las urgencias propias de cualquier joven; valorará la pausa y la posibilidad comunicativa del silencio; escuchará y será escuchado, y reconocerá que darse a los demás es la mayor satisfacción que un ser humano puede sentir. Aunque el final es previsible, sorprende.


Por otro lado, en las antípodas del mensaje de esta película, leo Mil cosas, de Juan Tallón, y descubro que es un perfecto retrato social de la vida esquizofrénica que embauca a mucha gente. Algunas personas son conscientes de sus vértigos diarios, pero otras no, pues consideran esa inercia de hacer cosas como un síntoma de eficiencia. En el fondo me parece que los personajes de esta novela desean huir y vivir en otra realidad más sosegada, lejos de esa engañosa felicidad.


El libro –mejor calificarlo como novela corta– se devora con el mismo frenesí con el que viven sus dos personajes principales (Travis, un periodista al  borde de un ataque de nervios, y Ane, una madre que trabaja en un centro de atención al cliente). Son un matrimonio que sobreviven como ratoncitos frenéticos que no pueden abandonar la rueda de la actividad, hacer para ser y para sobrevivir con trabajos absorbentes. La novela refleja muy bien a jóvenes atrapados en la vorágine de las grandes urbes, inmersos en un desvarío que los lleva a no distinguir lo superfluo de lo importante. Y en este contexto, el autor inserta pequeñas reflexiones sobre la inutilidad de muchos de los quehaceres, concebidos como inaplazables, pero que en verdad son prescindibles: “Todo es posible cuando vives sobrepasado por un millón de mails que se devoran entre sí para atraer tu atención. Ahora mismo solo tiene clara la confusión. De lo que está casi seguro es de que él no habló con nadie de la mutua. Si lo hubiese hecho, sin embargo, tampoco está seguro de que lo recordase. En la última semana ha podido atender, fácilmente, cuatrocientas llamadas de cien personas distintas, todas reclamando algo o exculpándose por, al final, no poder hacer lo que tenían pensado.”


Y luego está el humor, el disparate y una peculiar calidad narrativa basada en el ritmo y en la frase corta. En fin, un libro oportuno, con un final sorprendente e inesperado, pero sin grandes alardes literarios y con algún que otro uso mejorable en la elección de ciertas palabras. El siguiente texto da cuenta de la forma y el fondo predominantes: “Vivir se ha vuelto pesadísimo, agotador, extremadamente intenso, y un ejercicio de velocidad endiablada. La vida lo ha aplastado. Le ha caído encima, desde un noveno piso, como una lavadora”.



Título: Mil cosas

Autor: Juan Tallón

Editorial: Anagrama

Páginas: 149

Año: 2025




domingo, 23 de noviembre de 2025





 EN TORNO AL SOL, Antonio Moreno



Quizá sea este libro, junto con otro titulado El laberinto y el sueño (Renacimiento, 2009), el que más se acerque a esa idea de ensayo híbrido en el que Antonio Moreno (Alicante, 1964) demuestra sus indudables dotes de escritor. En torno al sol sigue esa senda, pero a mi juicio amplía la profundidad del discurso hasta convertirlo en una obra que gira alrededor de ese astro que, para el autor, simboliza la alegría de vivir. Apuntalado con abundantes referencias que proceden de ámbitos como la literatura (se cita a Walt Whitman y su fusión poética con el mundo, Vicente Aleixandre, César Simón y Eloy Sánchez Rosillo, entre otros), la astronomía (Newton y Herschel, de quien realiza un brillante análisis), la pintura (Joaquín Agrasot y Mariano Fortuny, cuyo cuadro Viejo desnudo al sol ilustra la portada), y algún texto periodístico, Antonio Moreno es capaz de construir una obra coherente, sin atisbo alguno de esa habitual suma de partes que acaban siendo un todo deslavazado, sino, más bien al contrario, elabora un discurso armónico con una prosa de altísima calidad, en cuyo eje se encuentra el Sol, palabra que ilumina este ensayo con una fuerza centrífuga de gran significación.  

El libro se estructura en dos partes que contienen pequeños capítulos hilvanados por el bagaje cultural de su autor. Y es encomiable el esfuerzo de documentación que lleva a cabo para explicar con claridad algunos conceptos astronómicos, sin desviarse del mensaje nuclear que desea transmitir: “El gusto de vivir ante todo consiste, pues, en ver la luz del sol. Ahí se sitúa nuestro primer motivo de alegría: en el hecho tan simple de hallar la luz” (p. 51). 

Tiene sentido que En torno al sol forme parte de una colección de ensayo titulada Écfrasis, esencialmente porque se trata de un libro en el que –como ya se ha dicho– coinciden sin estridencias materiales diversos, que se muestran además con varias tipologías textuales: ciertos pasajes biográficos, pinceladas de tono memorialista con matices de prosa poética, fragmentos eruditos sobre el universo, y comentarios sobre la pintura y su relación con la luz, entre otras. Y de esta pluralidad, prefiero los textos más cercanos a la vida del autor, como son los comentarios sobre la presencia del sol en su infancia, los baños de sol en la terraza de su casa, y esa luz regalada que acompaña sus paseos y que tan bien describe en el último capítulo (“Las miríadas”), un texto hermosísimo  que recrea, no solo la vida luminosa que transcurre en la plaza del Gallo, en el Raval de Elche, sino que muestra la capacidad del escritor para captar la caricia del sol en todas las cosas creadas. El impulso poético de este capítulo me ha hecho recordar algunas prosas que Antonio Moreno recogió en su libro Alrededores (Pre-Textos, 1995).

Valga como ejemplo de écfrasis (descripción precisa y detallada de un objeto artístico) el texto con el que Antonio Moreno describe el rostro de ese Viejo desnudo al sol: “El personaje no es un ‘personaje’ (con la carga social que esta palabra connota); en ese instante es alguien desplazado, que no interpreta ni encarna nada. Sus manos no se usan, no trabajan ni mendigan; se apoyan detrás, sobre un muro. El cuerpo a su vez descansa en esa pared, y, sobre el airoso cuello, la cabeza se alza e inclina a la izquierda, con un ojo cerrado y el otro apenas entreabierto, como un Diógenes cuyo deseo únicamente se limita a que nos apartemos para que no le tapemos el sol con nuestra sombra. El cuerpo habla y lo que dice –con una pizca de altivez– es que todo sobra porque la luz nos basta (p. 90)”.



Título: En torno al sol

Autor: Antonio Moreno

Editorial: NewCastle Ediciones, colección Écfrasis

Páginas: 173

Año: 2025

martes, 14 de octubre de 2025

 






LA BELLEZA DE LA AUSENCIA, José Muñoz Albaladejo



No me resulta fácil expresar la mezcla de satisfacción y de emoción que he sentido al leer este breve ensayo de José Muñoz Albaladejo (Elche, 1988), un joven profesor de Filosofía del IES La Nía, un instituto ubicado en Aspe (Alicante). Que haya sido uno de mis mejores alumnos no me mueve a elogiar gratuitamente su reciente libro, pero sí me obliga a ello su incuestionable calidad literaria y filosófica, lo que demuestra la madurez intelectual que ha alcanzado aquel estudiante silencioso que siempre estaba atento a cualquier comentario que yo pudiera hacer en el aula.


Organizado en siete capítulos, su libro desarrolla el concepto de la ausencia desde varias perspectivas con la premisa de que en ella pueda existir –y de hecho existe– la platónica idea de la “belleza”. El autor logra definir, con agudo razonamiento filosófico, el concepto de ausencia. Y se pregunta qué es y dónde se ubica con la intención de despojarla de ese matiz peyorativo que de modo natural pudiera atribuírsele. La claridad de su discurso me ha interpelado de tal modo que he concluido que la imprecisa presencia de la ausencia le garantiza una existencia ubicua, lo que –parafraseando al autor– nos permite recordarla o enterrarla, sentirla u olvidarla. La ausencia sería algo así como una nube que aparece y desaparece, mientras se desplaza a merced del viento de la vida.


José Muñoz hace uso de su amplio bagaje cultural para explicar la noción de ausencia con una prosa fluida que da gusto leer: “La ausencia es algo que sentimos, que padecemos. La ausencia nos duele porque su percepción implica todavía el anclaje a una cierta materialidad” (p. 16). Delimita con precisión el concepto de ausencia para distinguirlo de  nostalgia y de esencia. Y sostiene que aunque aludir a la ausencia pueda resultar fácil, no lo es tanto representarla porque lo que nos habla de ella son “las presencias adyacentes que la generan”. Por eso se agradece no solo sus intentos de definirla (pp. 24-25), sino también la visión diacrónica con la que sintetiza el modo en el que otros filósofos han abordado esta misma idea de ausencia (Kierkegaard, Heidegger, Sartre y Viktor Frankl, entre otros).


Me gustan especialmente las páginas autobiográficas en las que el discurso filosófico cede el testigo a un discurso narrativo que se centra en los recuerdos familiares y en las vivencias personales del autor (la afición del padre por la fotografía y su don para contar escalofriantes historias no exentas de humor, así como la implicación del escritor en su quehacer docente…).  También me sorprende su noble querencia por la soledad elegida, a la que define de este modo: “La soledad es la insignificancia vital que sentimos ante la consciencia del paso inescrutable del tiempo cuando este, durante su acontecer, ha eliminado ya de nuestra existencia toda voluntad de sentido” (p. 50).


Dedica un capítulo al valor que posee la escritura entendida como una actividad que coadyuva a reducir el impacto de la ausencia, porque el fruto de la expresión escrita es probable que permanezca más allá de la vida del creador, lo que facilita también la perpetuación del recuerdo.  Por eso, en el capítulo “Memoria” aborda la necesidad que tenemos de levantar diques contra el olvido para poder seguir viviendo con dignidad cuando se produzca la ausencia repentina de un ser querido. Pone como ejemplo el mecanismo de duelo que se creó tras los atentados de Atocha en 2004. También comenta varios libros que abordan de manera diferente la ausencia (desapariciones habituales y feminicidios en México…), así como el impacto que provoca la muerte esperada o inesperada, pues interrumpe de golpe la vida con un impacto brutal que da paso a “la ausencia definitiva”. Vinculada a esta última idea, considera que el alzhéimer es una tragedia porque la ausencia sigue creciendo mientras la vida continúa y cuando “ya no somos” (p. 99).


En los últimos capítulos, algo más autobiográficos y ceñidos al presente, justifica cómo en la ausencia existe la fugaz presencia de lo bello. Y el libro se cierra con unas emotivas palabras que de alguna manera reelaboran una idea del poeta palestino Mahmud Darwish: “Cada una de nuestras más amadas ausencias es una cicatriz en el corazón que nos acompañará de por vida para recordarnos, de algún modo, la belleza de una presencia anterior” (p. 141).


Una vez leído con la atención que merece este breve ensayo, agradezco al autor su capacidad para interpelar al lector. Ha conseguido hacerme reflexionar y reafirmarme en la idea de que lo importante en la vida es aspirar a ser, mientras vivamos, una “presencia acogedora”, con la esperanza de que, en un tiempo lejano, podamos ser una “ausencia recordada”, para acabar siendo en el futuro y de manera inevitable “puro olvido”.




Título: La belleza de la ausencia

Autor: José Muñoz Albaladejo

Editorial: Eolas ediciones, 2025

Páginas: 141





viernes, 26 de septiembre de 2025

 




EL VERANO DE CERVANTES, Antonio Muñoz Molina



I. Este puede ser mi particular año cervantino. Sin yo buscarlo, todo ha ido confluyendo en torno a ese dechado de entusiasmo permanente, de bondad, de ilusiones, de despropósitos, de sabiduría, que supone para mí la figura de don Quijote. Podría afirmar lo mismo del padre de esta maravillosa criatura de ficción, Miguel de Cervantes, pero a este, con tanta “reinterpretación”, no lo conozco tan bien como sospechaba y quisiera, carencia que podría subsanar si tuviera el tiempo necesario para leer los magníficos libros de Santiago Muñoz Machado, José Manuel Lucía Megías, Jean Canavaggio, Andrés Trapiello o Jordi Gracia, por citar solo a unos pocos eximios cervantistas.


Aunque me propuse a principios de año leer la obra cumbre del autor, a fecha de hoy solo he leído algunos capítulos elegidos casi al azar; he concluido el “ensayo libérrimo” de Antonio Muñoz Molina, El verano de Cervantes, un libro al que, al final de este comentario, dedicaré unas palabras; he corregido, una vez más, mi novela Tejoqui y Chavalicu, que es algo así como mi particular guiño juvenil al Quijote, con una acción que se sitúa en Elche, la ciudad de las palmeras; y, por último, espero ver próximamente El cautivo, de Alejandro Amenábar, una película en la que, a tenor de lo leído, el director plantea la condición homosexual que pudo experimentar Cervantes como consecuencia del período de cautiverio que sufrió/gozó en Argel. Esto se llama sinécdoque, que para quienes gustan de la retórica viene ser algo así como atribuir a una parte –si es que existiere– el valor del todo.


Esta perspectiva del cineasta, así como las muchísimas interpretaciones de todo tipo que a través de los siglos ha suscitado la lectura del Quijote, no añade ni resta valor a esta inconmensurable obra, cuyas páginas inmarcesibles sostienen el honor de haber creado el canon del género narrativo.

II. Y al El verano de Cervantes de Antonio Muñoz Molina –uno de mis escritores preferidos–, podría dedicarle páginas y páginas, pero quiero centrarme en los tres aspectos que, a mi juicio, sobresalen. Por un lado, una buena parte de los capítulos rememoran, con el tono de una escritura memorialista, su descubrimiento del Quijote y del poder transformador que la lectura tuvo durante su infancia en Úbeda, en un lugar que a la sazón no difería mucho del mundo rural que se plasma en el Quijote. Y quizá sea esta rememoración el enfoque que más me convence y gusta. Por otro lado, hay capítulos que son la expresión del presente del autor, quien a modo de diario (p. 229, p. 343, p. 441), analiza sus reiterados encuentros con la magna obra y comenta cualquier aspecto que surja al hilo de su razonamiento; en este sentido, resulta interesante conocer su opinión sobre los libros y autores que lo fueron haciendo lector y escritor (pp. 96-97). Y hay también una tercera perspectiva, centrada en la importancia de la obra como origen de un género, lo que permite conocer cierta condición “profesoral” de A. Muñoz Molina; así, conocemos las diversas interpretaciones que a lo largo de la historia se han producido, la influencia que la obra cervantina tuvo en otros grandes escritores (Proust, Mann, Menville, etc.) y algunos comentarios sobre cuestiones estilísticas y de contenidos (el sentido de la Cueva de Montesinos, p.429) que, a juicio del autor, son meritorias.


Pero si hay algo que sigue gustándome de la producción de Antonio Muñoz Molina es esa fluidez que posee su prosa de largas subordinadas, que brota como si lo hiciera de manantial sereno, aunque  en contadas ocasiones se percibe –en esta obra que nos ocupa– al escritor sabio que puede, sin querer, quedar preso de su estilo (p. 246).


Es imposible resumir y comentar con acierto la totalidad de esta gran obra a la que, a mi juicio, le habría venido bien un cedazo para cribar párrafos que se alargan y cuya supresión habría hecho más corta la obra y tal vez más grata su lectura. En cualquier caso, agradezco que A. Muñoz Molina entregue, como quien comparte un regalo, un libro en el que no solo demuestra que es un gran escritor y conocedor del mundo cervantino, sino en el que queda patente que el Quijote es una obra en la que ha trabajado de manera intermitente durante mucho tiempo.


III. Y ya que estamos en este año tan cervantino no puedo evitar un apunte autobiográfico y compartir mi descubrimiento del Quijote. Como suelen afirmar casi todos los que se dedican a esto de la “literatura”, en mi casa tampoco había muchos libros, y menos mal que para paliar esta carencia existían la mini biblioteca del colegio y algunos libro de Enid Blyton, que me regaló mi abuelo el día de mi primera comunión. En casa solo había una magna Biblia, un libro titulado Un joven de porvenir, del que solía hablarme mi padre, y un Quijote de tapas rojas y letra muy pequeña, apenas legible en algunas zonas por una defectuosa impresión, con ilustraciones de Gustavo Doré. Pero ese no fue mi primer Quijote. La primera vez que lo leí fue en mi instituto de León y en su magnífica biblioteca. La verdad es que no era obligatorio leerlo entero. Contábamos con la aprobación del profesor para saltarnos aquellos capítulos que nos resultaran un poco incomprensibles. Lejos de imponernos el Quijote, el profesor señalaba los capítulos de obligada lectura, pero nos invitaba a leer la obra en su totalidad. Yo no tuve más remedio que acogerme a la lectura parcial, pues el 3º de BUP de entonces era un curso muy exigente.


Después lo leí de un tirón y con toda la atención de la que fui capaz el verano previo a iniciar los estudios de Filología Hispánica en la Universidad de Alicante. Y desde entonces, lo he releído en su totalidad tres veces; he vuelto a leer muchos capítulos como consecuencia de mi labor docente; y he creado un personaje quijotes al que he bautizado con el nombre de Tejoqui (que es Quijote al revés, además de un cartero amante de la lectura que mientras reparte cartas lee los nombres de las calles y se traslada a otras épocas para contar la historia de Elche). Quiero decir que la obra cervantina es también uno de los pilares de mi condición de lector y de escritor aficionado, una obra por la que siento una grandísima admiración.

domingo, 20 de julio de 2025

 


                                            MOTHER'S BROOM, Joe Hisaishi





miércoles, 16 de julio de 2025

 




NO SABE DEL AMOR QUIEN VUELVE VIVO, 

Miguel Sánchez Robles


[Palabras para amar la escritura de Miguel Sánchez Robles]



Llevo más de treinta años leyendo a Miguel Sánchez Robles. En concreto, desde que nos conocimos en una antigua biblioteca de Caravaca de la Cruz cuando yo era un joven profesor de instituto con toda la vida por delante. Luego coincidimos en un acto del Premio de Poesía Bahía, que se celebró en Algeciras, organizado por la Fundación José Luis Cano. Desde entonces he sentido una gran admiración por su escritura y su persona.


Con los años me gusta más ahondar en el conocimiento de la obra de unos pocos escritores. En mi nómina de autores preferidos que integran Miguel Delibes, Luis Landero, Eloy Sánchez Rosillo, Antonio Muñoz Molina, Antonio Moreno, por citar solo unos cuantos autores, la proteica producción de Miguel Sánchez Robles me reconcilia con mi condición de lector, de profesor y de escritor aficionado. Con la obra de este autor he disfrutado mucho, y por eso me sorprende la poca amplitud de miras de algunos lectores –y críticos– con cierta atrofia del gusto, que no se deciden a darle una oportunidad. El estilo de MSR es único; en su narración se mezclan la poesía, lo místico, el desgarro existencial, cierta tristeza y una compasión hacia los personajes desamparados. Es un escritor auténtico, con un universo propio, fiel a sus ideas y a su paisaje vital, y así lo ha demostrado con novelas y libros de poemas que han recibido algunos de los más importantes premios. 


No sabe del amor quien vuelve vivo es una extraordinaria antología que recoge algunos de sus mejores cuentos. Los dieciséis reunidos mantienen una unidad temática: seres inadaptados que existen en las peripecias de la vida, amores y personajes desorientados, padres insensibles, muchachas de belleza interior que se estrellan contra la cotidianidad… Estos cuentos muestran los rasgos esenciales de su escritura, porque toda su obra, ya sea en prosa o en verso, se nutre de un mismo concepto de escritura: un producto cuyos ingredientes son la belleza, el dolor, la compasión, lo poético, cierto existencialismo, el dolor de la soledad y una visión desgarrada de la vida...


En “Absurdita” muestra una mirada compasiva hacia una muchacha bella y triste a la que le duele vivir. Es el relato que abre el libro y está narrado desde dos puntos de vista. Por un lado, con fragmentos de un diario titulado “Pensamientos que te dicen que existes”, en el que la joven Elena María Débora escribe, al tiempo que va sumando sus días de vida: “Me cuesta mucho estar viva. Cada día más. Cada vez me siento más sola y más estúpida” (p. 23). Y, por otro, usa la voz colectiva en primera persona del plural para agrupar a sus compañeros de clase: “Para nosotros era la muchacha de los calcetines lilas y de los ojos alucinados, unos preciosos ojos verdes que eran todos los ojos (…). Terminó con su vida una mañana lluviosa de domingo, encerrada en el cuarto de baño. (…) Todos supimos en ese instante (…) que hay dos clases de muerte: la muerte de los que se van y la muerte de los que nos quedamos. (…) Esta alegre amargura que experimentamos aquellos que la quisimos tanto y no supimos hacérselo saber” (p. 24). 


“La lluvia en nuestras lápidas” es un cuento doliente, que deja un regusto amargo al tratar un asunto tan duro como es el abuso sexual: “¡Odio el olor de mi padre! Cuando papá se acerca a mí por las noches, el corazón me late como si fuera un conejo atrapado en un saco…” (p. 32). 


“Paraíso vacío”, cuento con el que obtuvo el Certamen de Relato Breve Gerald Brenan, es un ejemplo que condensa las cualidades de la prosa de MSR: transgresión temática, personajes que viven al margen de lo aceptado, seres zarandeados por la reflexión y por el vértigo que en ellos ejerce la atracción del abismo, digresiones incardinadas en una narración reflexiva, e imágenes y asociaciones inusitadas: 

“Yo estaba allí, como un insecto condolido posado sobre un estuche de aspirinas, y él vino hacia mí para pedirme fuego. Sacó un único cigarrillo que llevaba en el bolsillo de su camisa azul y limpia y se lo puso en los labios con la exactitud y el temple que tienen las personas que pintan con pinceles pequeñitos y mucho cuidado. Me miró con unos pequeños ojos de color ámbar, un latido a la poesía, y me sonrió como un ángel después de haber encendido el cigarro solitario y ajado.

–Me gusta pedir fuego a las mujeres interesantes como tú. A mujeres casadas que son hermosas y se sienten solas y visitan los parques y los zoos buscando razones para olvidar lo que se extingue en su vida.

No supe qué decir ni qué cara poner” (pp. 37-38).


“Libélulas que tiemblan” es un originalísimo relato que plantea el sinsentido de la existencia, al tiempo que muestra la progresiva muerte de los diversos yoes que existen en todo ser humano. Una mujer contempla su lento deterioro y lo cuenta con la belleza y  precisión de un ser traspasado de poesía: “Fue así como descubrí una relación biyectiva entre las arrugas del cuerpo, las arrugas del alma y la antroponimia que cada uno llevamos dentro” (p. 46).


En “Besos con lengua” un joven que se siente perdido declara ante un juez cómo era la mujer de su vida: “Y entonces sonreía y me besaba con lengua. Me amaba, señor juez. Yo no tenía culpa de que me amase tanto”. Y confiesa que escribe para llenar también ese insoportable vacío existencial que lo paraliza: “Me dedico a pensar y a tratar de poner nota a todo. Esa es mi obsesión, lo que me tiene vivo, mi filosofía existencial y tal vez mi tragedia: ponerle nota al mundo. No sé vivir sin hacerlo” (p. 52).


“Cuento para querer a una muchacha” es un ejemplo, en pocas páginas, de esa singularidad de la escritura de MSR a la que ya nos hemos referido: una sutil nostalgia de las cosas hermosas de la vida, un pulso narrativo firme, unas sorprendentes imágenes poéticas ceñidas a la realidad cotidiana, referencias al cine y también a esa literatura “auténtica”, un relato que conmueve por su honda emoción. 


“Habitación sin llave” es un cuento singular, trufado de citas que interpelan la conciencia del lector, un relato que plasma esa nadería pseudofilosófica de quienes teniéndolo todo flotan en la más absoluta superficialidad. Un matrimonio sin hijos, que viven instalados en el bienestar capitalista, se intercambian frases hechas en un distinguido restaurante. Parece que transmitan ínfulas de ser cuando en realidad no son nada. Así lo expresa el narrador: “Ella sonríe sin ganas y comprende que, desde ese instante, no serán más que dos peces en una burbuja de paz, una más de esas pobres parejas tristes que dan pena en los restaurantes de moda. Su sonrisa es ahora patética y postiza. El veneno del tedio ha empezado a torcerles los labios” (p. 84).


En “Angelicos míos” leemos la triste historia de Benita la Náufraga, una vida incomprendida y sometida al vil desprecio de los otros. 


Disfruté mucho, hace ya un tiempo, cuando leí “Padre defectuoso”, distinguido con el Premio Gabriel Miró. Percibo ahora matices nuevos y valoro la acertada narración en primera persona que realiza un hijo sobre su padre, un ser deplorable que, en verdad, es defectuoso, entre otras cosas porque no entiende a su hijo ni se esfuerza por comprender una escala de valores más humana. Lo relevante de este cuento es el ajuste de cuentas que lleva a cabo el protagonista-narrador, un discurso de ritmo fluido, salpicado de hondo sentimiento: No he aprobado todavía ni una sola asignatura de primero de Económicas, pero sé mucho de los mendigos y de la lluvia. La lluvia, con su poderosa sensación de afasia. La lluvia mojándolo todo con precisión quirúrgica. (…) Me encantaban los mendigos. Todos tienen los hombros raros y llevan en el rostro la tristeza de la belleza que se marchita deforma definitiva y prematura. (…) Sigue lloviendo mucho, las gotas rebotan en los cristales.No sé si ya lo he dicho: han pasado diecisiete minutos del dos de noviembre. Mi madre murió hace una semana exacta, de un cáncer de útero que la pudrió poco a poco durante tres años y medio. Yo vivo con mi abuelo. Yo nunca apruebo nada. Y mi padre, si leyera esto, me diría que escribo como un alíen, que siento como un alíen, que vivo como un alíen.

Él no lo sabe, pero siempre será un padre defectuoso” (p. 97-98).


“La vida ciegas”, premiado en el Certamen de Cuentos Villa de Mazarrón, es una síntesis del universo temático y estilístico de MSR. Un personaje extraño, que solo puede salvarse si es capaz de recordar las cosas bellas que ha vivido, teme que su memoria “deje de amar lo que recuerda” (p. 114).


Es imposible elegir un cuento entre tantos extraordinarios como hay en esta antología, pero sí puedo confesar que he sentido una emoción inusitada mientras leía, sentado en la biblioteca de Santa Pola, el relato “Todos mis nietos, rubios como el trigo”, premiado en el Concurso de Narrativa Ciudad de Elda. Y he agradecido que este cuento me llegue ahora, después de que haya pasado un tiempo desde la pérdida de quien me dio la vida. Miguel Sánchez Robles cuenta con delicadeza la despedida definitiva de un mujer que necesita el afecto sincero de sus seres queridos.


Los tres últimos cuentos que cierran este magnífico libro ya los conocía, pero no por ello dejo de recomendarlos.


Acabada la lectura, siento gratitud, admiración y cierta zozobra, porque los cuentos de MSR me conmueven, pero sé también que no son para todo tipo de lectores. Hay que estar dispuestos a dejarse llevar al país de las lágrimas, dejarse arrastrar por la belleza y la compasión. Solo así puede apreciarse que su prosa poética es un artefacto salvaje que desborda el cauce de lo previsible, al tiempo que alerta de las injusticias que sufren muchos seres indefensos e inadaptados. La prosa de MSR nace de la mirada asombrada y generosa hacia un mundo en el que ser auténtico no se premia y conlleva, además, el autoexilio y la incomprensión. Estos cuentos reclaman una amplitud de miras del lector, porque la belleza duele y la indiferencia mata, porque vivir sin dignidad es morir lentamente; porque estos cuentos te ponen los pelos de punta hacia adentro, siempre hacia dentro, y te arañan el corazón.


Aunque sé que esto de la Literatura es algo así como un inmenso panal ingobernable, el azar puede hacer que alguien descubra de repente a Miguel Sánchez Robles, un autor que interpreta la vida desde su rincón en el mundo, Caravaca de la Cruz. Frente a quienes rondan con más o menos méritos ese panal productivo que es el mundo editorial, Miguel Sánchez Robles me parece un escritor libre, un obrero díscolo y original en los márgenes de esa inmensa colmena literaria.


  No pierdan el tiempo y léanlo ya. Se sorprenderán.