ON THE NATURE OF DAYLIGHT, Max Richter
CUATRO RETRATOS INCOMPLETOS,
Antonio Moreno
Con este nuevo libro Antonio Moreno cierra –de momento– su proyecto de rescatar su pasado familiar, que inició con El sueño de los vencejos (2019) –unas memorias de infancia y primera juventud– y continuó con Visita de año nuevo (2020) –un sentido homenaje a su madre–.
Independientemente del atractivo que pueda tener para un lector actual el conocimiento de las peripecias vitales de los abuelos paternos y maternos del autor, no cabe duda de que por encima de esa materia literaria prevalece una alta exigencia artística que se concreta en un estilo preciso, propio de quien domina sobradamente la narrativa de los libros autobiográficos. El autor reconoce, casi al final de la obra, la singularidad de su propósito de escritura: “Lo chocante es que alguno mire a los de atrás y, como un historiador fantasioso, se siente a la mesa durante algún que otro rato ocioso para escribir sobre ellos, como yo hago ahora” (p. 103).
Negar la evidente conexión que existe entre los tres libros mencionados supondría ignorar que pertenecen a un todo homogéneo, con el que el autor consigue trazar una visión muy completa de sus ascendientes. Durante cuatro capítulos, cuenta las vidas de sus abuelos y abuelas –Ramón Moreno, Soledad Doggio, José Guerrero y Vicenta Fuster–, existencias desiguales e incompletas como las de muchas mujeres y muchos hombres atrapados en la posguerra, personajes a los que no me atrevería a calificar con un solo adjetivo, porque sería un empeño fallido. El texto que leemos es el resultado de pasar por el tamiz del escritor varias fuentes de información: los testimonios escuchados, los recuerdos del autor y el acertado análisis de las fotografías familiares que se incluyen al final del libro.
En Cuatro retratos incompletos ofrece Antonio Moreno ajustadas semblanzas de sus abuelos y abuelas. El libro es, esencialmente, una reflexión necesaria y precisa para comprender las imperfecciones y virtudes que se dan en el seno de cualquier familia. En ocasiones su visión es acerada y crítica: sostiene que los vínculos sanguíneos no garantizan los afectos sinceros, pues son, muchas veces, cadenas que limitan y condicionan a sus miembros. No ahorra alusiones a las injustas preferencias afectivas de algunos familiares, ni a las relaciones tiránicas y chantajistas, ni a ciertas manías y comportamientos que han condicionado muchas vidas. Solo en el epílogo, escrito a partir de una imagen de los progenitores del autor, se advierte un aliento de esperanza que contrarresta cierta grisura precedente.
Al final del libro el autor se centra en su bisabuelo, Antonio Fuster, un hombre feliz, “una autoridad bienhechora” para la familia, de quien se cuenta su plácida vida en la pedanía de Churra (Murcia). Y también alude a sus padres, quienes posan en una fotografía icónica que para el autor simboliza la alegría de la independencia, esa que da el amor y la esperanza de un futuro compartido. Lo expresa así: “Lo más extraño de todo, no obstante, era que ellos, mi padre, mi madre, también fueran… hijos, descendencia de esas cuatro personas de las que he venido hablando. Aquella berroqueña soledad que los dos eligieron fue su más sólido baluarte. Y es en esta última fotografía donde reconozco con más certeza esa orgullosa independencia, esa feliz emancipación de los vínculos familiares, que desde entonces quedaron rebajados, empequeñecidos en la distancia que el mar y Alicante no tardaron en traer a sus vidas” (112-113).
Por último, Antonio Moreno se refiere a la cualidad liberadora de la poesía, un quehacer que es y ha sido su verdadera vocación, y que le ha servido siempre para intentar comprender el misterio de la vida.
Estos cuatro retratos están enmarcados con un aclaratorio prólogo (“Como la del ciprés, la sombra de los ancestros es alargada”) y en un luminoso epílogo dedicado a una fotografía clave que “imprime su huella a lo largo de una extenso camino grabado en esa alma denominada memoria”, textos necesarios para comprender mejor cuanto en el libro se narra. Acabada la lectura, tiene uno la impresión de que en Cuatro retratos incompletos el autor ha proyectado sobre su pasado una mirada comprensiva y necesaria.
Editorial: Newcastle Ediciones
Título: Cuatro retratos incompletos
Autor: Antonio Moreno
Año de edición: 2024
VIAJE A LA ALCARRIA, Camilo José Cela
En ocasiones, las excentricidades biográficas de un autor pueden sepultar sus méritos literarios. Algo de eso le sucede a Camilo José Cela (1916-2002). Que en cada entrevista tuviera alguna salida de tono ha contribuido a que se tenga de él una visión deformada, y a que no se ponga el acento en lo realmente importante: su obra. Cada cual tendrá sus preferencias, pero recuerdo las cinco novelas que me gustaron: Viaje a la Alcarria, Pabellón de reposo, Mrs Caldwell habla con su hijo, La familia de Pascual Duarte y La colmena.
Esta obra apareció en 1946, muy cerca de la siniestra guerra civil, que en ningún momento menciona el autor, pues su propósito es otro: crear una novela de viajes. Releída ahora en la misma edición que compré cuando tenía dieciocho años, advierto que no solo ha pasado el tiempo, sino que la valoro como un documento fidedigno y hermoso, aunque sospecho que para un joven lector no avezado pueda ser algo parecido a un documento arqueológico. Sin embargo, hay que insistir en sus cualidades: el detalle realista de cuanto se narra; el ocasional lirismo en la descripción de los paisajes; algún análisis de costumbres; la recurrente alusión a los niños, tratados con cariño y, a veces, con cierta mirada compasiva (p. 73); los ágiles diálogos y una gran variedad de personajes que confieren amenidad.
Abro al azar mi deteriorado ejemplar de la Colección Austral y copio uno de los muchos párrafos que hace años subrayé:
El viajero prefiere dormir bajo el recuerdo de una última sensación agradable: una cigüeña que vuela, un niño que se chapuza en el restaño de un arroyo, una abeja libando la flor del espino, una mujer joven que camina, al nacer del verano, con los brazos al aire y el pelo suelto sobre los hombros (p. 40).
CUADERNO DE VACACIONES, Luis Alberto de Cuenca
La poesía de Luis Alberto de Cuenca es el reflejo de su poliédrica personalidad. Su obra poética se asemeja a un árbol frondoso, de cuyas ramas cuelgan poemas de diversa temática. Es un poeta proteico, que combina en un mismo libro, Cuaderno de vacaciones (Premio Nacional de Poesía 20152015), poemas livianamente “culturalistas” con otros más cercanos que recrean la infancia, la amistad, el clasicismo, y, sobre todo, el amor. Y todos ellos insertos en esa “línea clara”, que desde hace tiempo es una seña de identidad de su obra, una cualidad que valoro mucho en estos tiempos de minusvaloración de la métrica y de la emoción.
CONFESIÓN GENERAL
Llegó el momento de las confesiones
mutuas. No se miraban a los ojos.
El suelo era su único horizonte.
Cuando ella hablaba, él levantó la vista
y vio cómo surgían cosas turbias,
oscuras y secretas de su boca,
cosas que bien podrían ser envueltas
en periódicos sucios y enterradas
de noche en las arenas movedizas
que rodean la casa Usher. Luego
habló él, cuando ella interrumpió
su horrible letanía, y los papeles
se invirtieron, pues ella lo miraba
y él buscaba cobijo en el abismo.
Todo se lo contó, mientras surgían
de su garganta bichos innombrables
que cegaban los pozos y las fuentes
de su amor y abolían el futuro.
Llegó el momento de los cigarrillos,
y se miraron por primera vez
a los ojos después de tanto tiempo,
y supieron que no envejecerían
juntos, y que estarían siempre solos,
y que nunca podrían olvidarse.
LUNA LLENA
La luna se coló por mi ventana
la otra noche, y pensé que si sus luces
te enfocaran a ti, no habría cruces
ni dolor para mí por la mañana.
Contigo al lado, toda la semana
sería viernes y caer de bruces
sobre tu cuerpo, desde el que conduces
el mío adonde a ti te da la gana.
Sé buena, deja que la luna viaje
con su marfil por tu reloj de arena,
desnudo de cualquier tipo de traje.
Que pienso prepararme una gran cena
con el fulgor que de la luna baje
a acampar en tus muslos de azucena.
CLARIDAD
Los poetas más oscuros —Licofrón,
Góngora, Mallarmé— son transparentes
en el fondo, aunque cueste mucho más entenderlos
del todo que a Catulo, a Petrarca, a Verlaine.
Si amas la poesía, amas la claridad.
El objeto de la literatura
no es inventar enigmas para iniciados cursis.
Su meta es reflejar los anhelos, angustias
y emociones reales de la especie
en un espejo imaginario.
Y hacerlo de la forma más nítida posible.
SU CUERPO
Permaneció de pie junto a la puerta,
vestida solo con una toalla
ceñida al cuerpo. Me miraba como
si quisiera que yo la devorase,
y eso acabó con mi resaca: el día
no podía empezar mejor. Me dijo:
«Me gustas mucho.» «¿Hasta qué punto?», dije.
«Hasta este punto», dijo, y la toalla
cayó al suelo. Y la charla terminó.
THE TRUTH, Fernando Velázquez
LO SAGRADO, Asunción Escribano
Casi como el tronco más pequeño
del más pequeño polen
de una planta.
Como ese febril fulgor
que aviva
y sacude intenso los élitros
de las tibias luciérnagas de agosto.
Como la lluvia que golpea
cercenada
en la ventana herida y en los ojos.
Como el silencio que reclama
su tajo en la clausura.
Como hebra milagrosa que sujeta
la incandescencia del vuelo
malabar de los gorriones
y de mirlos…
Con los ojos llenos de calambres
en el celemín del tiempo,
con la mirada que se ahoga
en la materia,
lo sagrado es candil de cada día.
Canta como alondra, como eco
en el centro del murmullo
de la sangre,
la golpea en su colofón de siembra
y conecta la vida con la Vida.
Lo sagrado colma al cosmos,
derrama en sus fisuras lo intangible
como granizo de junio.
No se puede ser profeta
ya del rugido
y del relámpago,
sino sólo del arrullar de tanta luz
sobre las hojas, del íntimo
crepitar del vuelo
de un insecto
que posa sobre la piel
y sobre el alma, y
y hace tiritar de amor todo lo vivo.
Cortar en dos al mundo
y encontrar cobijado en su mundo,
en plenitud de flor, a lo sagrado
Salmos de la lluvia, Vaso Roto, 2018