LEER CONTRA LA NADA, Antonio Basanta
Leer en este tiempo de prisas es, como suele decirse, un acto de rebeldía. Y lo es porque, para comprender y asimilar, se necesita calma, un bien escaso en esta sociedad interconectada, donde la información es tan excesiva como infrecuente es también el análisis ponderado. Sin embargo, tenemos que prestar atención para leer, necesitamos abandonar la premura de la “lectura en diagonal”, convencer al lector para que asuma un siste, viator, un “detente, caminante”, con la ilusión de que se adentre en el bosque de las palabras que transforman, pues no en vano alguien dijo hace ya tiempo que “quien lee no está haciendo algo; se está haciendo alguien”.
Durante muchos años ejercí como misionero de la lectura. Entonces, era casi una necesidad reflexionar sobre el corpus lector más adecuado para los estudiantes. Era un momento de transición: la sociedad y los jóvenes cambiaban, mientras las lecturas se mantenían inamovibles y eran exigidas por unos programas académicos desmesurados. Se producía una desafección entre los intereses lectores de los estudiantes y las obras que debían leer, lo que provocaba que muchos jóvenes abandonaran la lectura. Poco contribuía a cambiar esta situación el inmovilismo reinante de muchos docentes reacios a leer pensando en sus alumnos. ¿Cómo aceptar, valga un ejemplo entre muchos, que en 1º de BUP, con apenas trece años, mi peculiar profesor exigiera como única lectura trimestral La mirada inmóvil de Ramón J. Sender, un libro abstruso y complejísimo que leí a salto de mata?
En este punto, conviene tener criterio para huir tanto del proselitismo reivindicador de una literatura juvenil a veces fallida, como para crear un corpus de autores clásicos, en ocasiones intransitivo. Necesitamos programas de lectura razonados y razonables, constantemente revisados en función de la diversidad del alumnado. Siempre he mantenido que el profesorado es el principal mediador y el más influyente para formar lectores. Por eso es conveniente que los alumnos tengan libertad para elegir los libros que conformarán su hábito lector, pues como decía Conrad, la lectura es siempre cosa de dos: “El autor solo escribe la mitad del libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector”. En esencia, necesitamos profesores que tengan buen gusto lector, que hayan leído y asimilado los buenos libros, esos títulos que van quedando como incuestionables. Y dentro de este corpus lector de contrastada calidad caben los clásicos, los clásicos adaptados, los cómics, las novelas decimonónicas, las actuales, las juveniles, las antologías poéticas adecuadas, libros que interpelen al lector y le den respuestas.
Este introito reflexivo surge tras la lectura de Leer contra la nada, un ensayo de Ángel Basanta, quien hace ya unos años escribió este magnífico panegírico en favor de la lectura. Su trayectoria en la Fundación Germán Sánchez Ruipérez y su labor docente y divulgativa lo convierten en un defensor de la literatura entendida no como una acumulación de teorías y de autores funerarios, sino como un quehacer que proporciona una experiencia transformadora.
Los pequeños fragmentos situados al final de cada capítulo son textos que otros autores escribieron para explicar la importancia formativa de la lectura. El libro que nos ocupa se convierte también en una acertada crestomatía sobre la lectura, y en un instrumento persuasivo para que los docentes ayuden a los jóvenes en su aprendizaje lector. Nos recuerda que la lectura es comunicación y comunión con el otro, pues como decía C. S. Lewis, “leemos para saber que no estamos solos”.
Para argumentar su discurso, Ángel Basanta utiliza abundante bibliografía. Así, rememora la llegada del primer impresor a España, un tal Párix de Heidelberg, quien en Segovia inició una transformación similar a la que hora estamos viviendo con la tecnología aplicada a la lectura y a la escritura. Ángel Basanta, un lector consciente y enamorado del placer de leer, ha escrito un hermoso elogio de la lectura.
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