ART GALLEY, Michael Danna, Rob Simonsen
FE DE VIDA, Antonio Colinas
Tecleo este poema que pertenece a uno de sus libros esenciales, Libro de la mansedumbre (1997), y reconozco que con el transcurrir de mi vida he ido admirando cada vez más a este poeta leonés. Son muchos los poemas suyos que forman parte de mi Antología Personal en marcha, esas piezas que releo con deleite y que para mí son esenciales.
Recuerdo también las palabras que mantuvimos a raíz de la entrega de los premios de poesía de Peñaranda de Bracamonte en 2018. A su juicio, mis poemas premiados en ese certamen tenían una unidad temática y una sencillez formal que los hacían merecedores de un galardón que han obtenido importantes poetas. Aún escucho sus pausadas palabras, como de hombre bueno que no necesita alzar la voz para llegue a quien quiera oírla.
En fin, seguimos en el camino y conservamos aún la fe en la vida y la poesía.
FE DE VIDA
Esperar junto a este mar (en el que nacieron las ideas)
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas).
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de orquídeas
en las calas olvidadas.
Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie de relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
O contemplar la nube blanca
que, no siendo nada, parece ser feliz.
Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que pasan,
como un remo perdido.
O seguir, como los delfines,
la dirección de un tiempo sentenciado.
Ser como la hora de las barcas en las noches de enero,
que se adormecen entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la luz del conocimiento
(que nació y se alzó de este mar),
sino simplemente con la luz de este mar.
O con sus muchas luces:
las de oro encendido y las de frío verdor.
o con la luz de todos los azules.
Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a las ideas como cuchillos.
Ser como olivo o estanque.
Que alguien me tenga en su mano como a un puñado de sal.
O de luz.
Cerrar los ojos en el silencio del aroma
para que el corazón –al fin– pueda ver.
Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo el silencio
y la soledad de los porches,
la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio,
que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer.
(De Libro de la mansedumbre, 1997)
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