lunes, 4 de enero de 2021

 

 

ALGO PASA EN EL MUNDO, Miguel Sánchez Robles 

 


 

Cuando alguien me pide que le recomiende un libro (algo inusual), suelo hablarle de libros que encajan en lo comúnmente aceptado como novela, es decir, libros que mantienen un argumento organizado con un planteamiento, un nudo y un desenlace. Pero, en ocasiones, si mi interlocutor es un avezado lector que está dispuesto a asumir retos, le sugiero que hinque el diente a cualquier obra de Miguel Sánchez Robles, ya sean sus poemarios La sucia piel del mundo y La vida que esperábamos, algunas de sus novelas como Nunca la vida es nuestra y Salvación, o algunos de sus magníficos cuentos, que serán publicados próximamente con el título de No sabe del amor quien vuelve vivo. En cualquier caso, absténganse de abrir sus páginas lectores remolones y pazguatos.

La obra comienza con la declaración de Manu, el narrador protagonista que describe, con un discurso torrencial y aparentemente deslavazado, su condición de marginado social, una extensa declaración llena de lucidez: “Casi nadie sabe la verdad de nada, señoría” (p. 24).

En la segunda parte, se recogen los textos que Manu escribe para un taller de escritura: “En la cárcel todos hacemos lo que sea para no oír el ruido de nuestros corazones lisiados. Algunos llegan a los mil abdominales al día. Otros leemos, lloramos, escribimos, pensamos…Y todo se parece a una lluvia triste y serena y a las migas de pan que los suicidas echan a los peces unos minutos antes de cortarse las venas. Los días se vuelven lentos como el deslizamiento de los continentes o el crecimiento de las uñas. Algunos nos acordamos cómo de niños nos gustaba esa quietud de cuando nevaba en Navidad, esa quietud que era como una promesa de algo muy parecido a la felicidad” (p. 43). ¿Quién es ese personaje que mira con ojos asombrados y disecciona la realidad y la explica poéticamente, hasta insistir una y otra vez que aquí en La Tierra vivimos rodeados de La Trampa, algo que contamina todas los estamentos sociales y todas las acciones de los hombres? La Trampa  –nos dice el autor– es algo así como la impostura de existir, lo inauténtico, todas las miserias de todos los miserables de esta miserable Sociedad. Pero en este contexto, ¿qué nos salva? Para Manu es muy difícil la salvación, aunque quizá esté en la ternura, la autenticidad, la quietud, la inocencia, el anhelo de ser...

En su discurso se retoman ideas que cohesionan la novela, como esa recurrencia de las tarjetas black y la La Trampa, lo que no deja de ser un acierto porque concreta con los artículos conceptos abstractos. Y existe también La Piara, que es “todo ese montón de afanes y seres pequeñitos que suele ser la vida en las ciudades” (p. 97). Mientras tanto, Manu se refugia en escribir un diario a su madre, en cuidar de Marta –esa joven con sida y con vida, a la que acompaña hasta el final–, y en acudir al Bar Báltico, donde encuentra personajes pobres, auténticos, marginales.

La tercera parte recoge el diario del narrador protagonista tras salir de la cárcel con un permiso de cuatro meses: “Escribir para ti, querida madre muerta. No tengo a nadie más a quien poder dirigirme” (p. 121). Pronto descubrimos el sentido de la “liviandad” del argumento de esta novela, que en esencia es un artefacto de belleza estilística y de ácidas reflexiones dirigidas a una sociedad adormecida, cuyos ciudadanos son dominados por CATARSIS, un partido que defiende el  pensamiento único. Avanza la obra con breves párrafos que se suman como taraceas plenas de belleza y sentido hasta conformar una novela de excelsa calidad literaria.

Al iniciar la lectura de la cuarta parte, todo se precipita hacia un final amargo, un lugar que es una aproximación a la Muerte, entre la no vida terrenal del personaje y la ausencia del Dios eterno: “Y yo me vuelvo a sentir perdido en la vida como cuando era más joven y aún no me habían recetado mis pastillas para que me interesase seguir estando vivo” (p. 295).

El estilo de MSR se caracteriza por una prosa fluida, salpicada de aciertos expresivos y poéticos. Quizá no sea descabellado afirmar que en esta novela se encuentran todos los perfiles del escritor, pues se sintetizan muchos temas, ideas y facetas estilísticas del autor, quien incluso incorpora en algunos párrafos títulos de sus libros de poesía (“la sucia piel del mundo”) y cuentos (“la tristeza de Onán”), versos de sus poetas preferidos y poemas propios como “Europa después de haber llovido”. Esta novela no solo rezuma pensamiento y poesía, sino que además el personaje principal es un ejemplo de hombre pensante, unamuniano y poético, alguien consciente de que amar mucho el mundo y no comprenderlo lo convierte en un francotirador, lo condena a estar fuera de juego y sufrir por ello: “Se ha adueñado de mí una tibia pereza de existir. Doy vueltas a un planeta que sólo soy yo mismo” (p. 276). Es necesario asumir que MSR ha creado un estilo que se apoya en la original simbiosis de ensayo y poesía. Con el uso de la primera persona, su prosa acoge al lector por la fluidez y el deslumbramiento poético, y por un confensionalismo que nada tiene que ver con esa autoficción tan en boga.

Llegados a este punto, confieso que no tenía intención de comentar de manera extensa más libros en mi blog; simplemente deseaba disfrutar de la lectura de Algo pasa en el mundo, dar cuenta de la felicidad lectora que me produce cada nueva obra de este autor, y copiar, si acaso, algún fragmento para decir “así de bien escribe este escritor de Caravaca de la Cruz”. Sin embargo, comencé a leerlo y a tomar notas en las últimas páginas del libro. Durante dos días la lectura se convirtió en una experiencia tan grata que iba sembrando en mí sencillamente admiración. Si alguien piensa que mis palabras son un panegírico, una común alabanza, sencillamente se equivoca. Invito a leer esta novela para comprender por qué MSR es un escritor diferente. Por estas razones es de justicia reconocer que la obra de este escritor caravaqueño forma parte de ese conjunto de autores de indiscutible calidad, que aún necesitan ser reconocidos por ese oficialismo excluyente que auspician las principales editoriales del país.

Copio a continuación un texto como muestra de lo que digo, si bien me resulta difícil escoger solo uno. Había seleccionado fragmentos de las páginas 35, 43, 162, 179, 182-183, 271 y 286, pero como prefiero aquellos en los que la poesía lo unta todo de belleza y sosiego, dejo a un lado esos otros en los que describe la vida dura de los marginados, los pobres y las prostitutas, en cuyas vidas, con la mirada de MSR, encontramos también la verdad.

 

“Me gusta mucho estar sentado tranquilamente al sol y mirar la luz en mis manos. Me asombran mis manos, cómo me las llena de luz el sol y la claridad del día. Eso me produce una felicidad profunda y mística, un sentimiento de reconciliación con la alegría de vivir. Ese día, el día que hado algo así, soy más feliz, estoy más tranquilo y me fijo más en las cosas que son sencillas, tristes, minúsculas. En cómo luchan por unas migas de pan unos palomas en el suelo, por ejemplo. Ese día soy capaz de llorar por lo que sea, por estar en la calle o por cumplir un año. Entonces me siento un príncipe de la melancolía o de la gratitud. Le doy un euro a un mendigo o le compro pañuelos a un negro que los vende en un semáforo y le sonrío y casi lloro por el solo hecho de estar vivo y ahí. Y digo al aire: “¡Borges, soy muy feliz!”. “¡Cioran, soy muy feliz!”. Y me siento en un banco de nuevo y vuelvo a mirarme muy despacio las manos llenas de sol. Y me acuerdo de esos versos eternos de Claudio Rodríguez: “Siempre la claridad viene del cielo. / Es un don, / no se halla en las cosas, / sino muy por encima y las ocupa” (p. 162).

 


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