martes, 14 de julio de 2020





                          LA LLAMADA DE LA TRIBU,  
                          Mario Vargas Llosa




No suele un maniqueísta tener la curiosidad, la paciencia o la generosidad intelectual de leer a autores cuyas ideas se sitúan en las antípodas de su propio pensamiento. La necesidad de verse reconocido lleva a este lector limitado a ahondar en los presupuestos ideológicos que anhela confirmar. No sé cómo le sentará a la belleza poética en la que me siento cómodo y feliz que yo comente este tipo de ensayos. Intuyo que bien, máxime después de leer la reivindicación que Antonio Muñoz Molina hace de la libertad de un lector –libre de prejuicios– atento a los diversos géneros.
         Recoge este libro la evolución del pensamiento ideológico del escritor peruano desde sus iniciales convicciones marxistas a la aceptación de los postulados afines al liberalismo democrático. Y el punto de inflexión lo sitúa el autor en el desengaño que le supuso la deriva autoritaria del régimen castrista. En su opinión, el espíritu de pertenencia tribal que siempre ha existido en el nacionalismo y en todo fanatismo religioso ha ocasionado “las mayores matanzas en la historia de la humanidad”. Y para argumentar este viaje ideológico se apoya en las ideas de quienes, a su juicio, son los máximos representantes del liberalismo.
Para Vargas Llosa, la mentira del marxismo y sus derivados se basa en la creación de un pensamiento único en el que no existe la disidencia ni la opinión individual, de modo tal que se reverencia la doctrina del Estado como única. Dicho esto –y sintetizando sus tesis– el objetivo es luchar por una democracia liberal que garantice los derechos esenciales y facilite la iniciativa individual para la creación de riqueza. Esta ideología “flexible” –así se refiere a ella en varias ocasiones– se mantiene equidistante tanto del conservadurismo como de la socialdemocracia, si bien tiene aspectos ideológicos coincidentes con ambos. Quienes quedan fuera de la zona de contacto con el liberalismo son, siempre, los extremismos de uno y otro lado. Interesante es su defensa de la educación, tanto privada como pública, porque hay que ofrecer a todo ciudadano el acceso a los estudios, independientemente de su realidad económica, pues el talento no debe desperdiciarse por políticas erróneas que no garantizan la igualdad de oportunidades.
Sería muy prolijo ir desgranando las ideas de cada uno de los intelectuales que Vargas Llosa considera sus mentores en el proceso de asimilación del liberalismo democrático. Baste, pues, con citarlos e invitar al lector curioso a introducirse en este enriquecedor ensayo: Adam Smith (1723-1790), de quien hace un pormenorizado recorrido sobre su vida dedicada al estudio e incide en su concepto novedoso de “la propiedad privada” como motor del crecimiento, al tiempo que recomienda sus dos obras esenciales, La teoría de los sentimientos morales y La riqueza de las naciones; reivindica a José Ortega y Gasset (1883-1955), de quien resalta su capacidad visionaria para detectar las males de su tiempo y vaticinar los venideros, en concreto, cuando alude a las ideas de “rebelión de las masas” y la “España invertebrada” como consecuencia de las demandas insaciables del nacionalismo catalán y vasco, al tiempo que incide, sin rubor, que la mayor aportación de España a la humanidad ha sido la idea de “colonización”, que difiere de la de conquista; de Friedrich August von Hayek (1899-1992) valora su visión liberal de la economía cuando afirma que “la ambición en el individuo es la fuerza que dinamiza la economía de mercado, lo que hace posible el mercado”; considera a Sir Karl Popper (1902-1994) el pensador más relevante y su mentor principal; de Raymon Aron (1905-1983) resalta sus posiciones políticas moderadas; de sir Isaiah Berlin (1909-1997) alaba su humanidad y lucidez de su pensamiento, sin dejar de aludir a su relación con A. Ajmátova y a la que posteriormente fue su mujer, Aline Halban; y de Jean-François Revel (1924-2006) incide en el hecho de que fuera un intelectual que se sirvió de los medios de comunicación para influir en la sociedad.
Al final, Mario Vargas Llosa afirma que el pensador más interesante del siglo XX y el que más ha influido en él ha sido Karl Popper, con quien comparte muchas ideas: “El Estado, dice Popper, es ‘un mal necesario’. Necesario, porque sin él no habría coexistencia ni aquella redistribución de la riqueza que garantiza la justicia –ya que la sola libertad por sí misma es fuente de enormes desequilibrios y desigualdades– y la corrección de los abusos. Pero un «mal» porque su existencia representa, en todos los casos, aun en los de las democracias más libres, un recorte importante de la soberanía individual y un riesgo permanente de que crezca y sea fuente de abusos que vayan socavando las bases –frágiles, a fin de cuentas– sobre las que fue erigiéndose, en el curso de la evolución social –difícil saber si para aumentar la felicidad o la desdicha de los hombres– la más hermosa y misteriosa de las creaciones humanas: la cultura de la libertad”.
Este libro es, en esencia, una clara defensa de la libertad del individuo en medio de este mundo convulso, en el que las ideas orwellianas del control que ejerce el Estado crecen como telarañas de las que los humanos, esos seres diminutos, apenas pueden zafarse.

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