miércoles, 3 de junio de 2020




    MANERAS DISTINTAS DE AMAR (O DES-AMAR), 

     Carlos Javier Cebrián






Hace unos años, con motivo de la publicación de Estragos (2012), escribí en el prólogo del mencionado libro: “La inmensa mayoría de sus versos desazonan, conmueven por su tristeza asumida, cautivan por el desaliento superado solo por la fe en el amor, y, sobre todo, sobrecogen por la belleza literaria que rezuman. Tras leer a Javier Cebrián nadie sale indemne ni indiferente, porque con este poemario, nuestro autor parece abrir una nueva fase, se reinventa poéticamente con un discurso menos áspero, más auténtico y muy ceñido a su biografía”. Ahora,  con Maneras distintas de amar (o des-amar), Cebrián se cimbrea de nuevo como un funambulista sin importarle el vértigo, sin reserva alguna, y muestra su yo más íntimo. Unas pocas veces, de una manera entusiasta y agradecido con la existencia; y, casi siempre, descreído ante las maneras de la vida.
En ocasiones, el yo omnipresente del autor se decanta por el tono cáustico e irónico (Necrológica), y en otras apela a un sentimiento radical del amor (Contiendas): “Ama sin piedad, / como si te fuera la vida / en el envite, / como si te fuera la muerte / en ello”. También son frecuentes las alusiones a motivos musicales –como hiciera en su libro Estragos–, en los que el amor se erige como el único sentimiento que ordena la existencia, y así alude a Danza invisible y a Mark Knopler, en un poema (Tunnel of love), que, en el fondo, es una reflexión sobre las secuelas que deja el paso del tiempo. La segunda persona dota al poema de un ritmo perfecto.

TUNNEL OF LOVE

Ya posees en tu memoria viejas canciones
y nuevas lágrimas.
Te has sorprendido llorando
mientras escuchabas esa canción.
te empieza ya a pesar sobre los hombros,
sobre tus lágrimas,
el paso del tiempo.
Te creías o más bien te suponías
inmune al devenir rastrero
y furioso del tiempo.
Así tan crédulo y estúpido
ofrecías tu pecho descubierto
al filo cruel del sable
que blande la figura retórica
de cada día que se va.
Los días y las noches se aúnan
y pasan como una suma descabalada y fatal.
Ya posees en tu memoria viejas canciones
y nuevas lágrimas.
Cada canción es otra imagen perdida,
cada nota otro rostro difícil de recordar.
Te has sorprendido llorando
mientras escuchabas esa canción,
y esa emoción te ha parecido
extraña y placentera.
A veces no hay pérdida en el recuerdo,
es más, a menudo el recuerdo
es únicamente intención,
la alegría de mencionarlo,
soltar lastre por encima de la baranda.
Llorar, a veces, es una bendición.

A lo largo del poemario va leyendo el lector alusiones al desamor y la tristeza: “amor donde solo resta odio”, “pero el amor no conoce la compasión”, “otra vez la frontera del desastre”, “soy un hombre muerto / que respira...”.  Hay poca luz y  epifanía en este poemario –excepción hecha de un poema casi salmódico, “Sobrevivir”–, en el que, sin embargo, prevalece un inclemente ajuste de cuentas del poeta consigo mismo. De este modo, los poemas no son canto, sino constatación realista de la lucha por la vida. Y esta reincidencia en la derrota va marcando el poemario de zozobra. Intuyo que el poeta es consciente de este confesionalismo radical e impúdico (“sé que soy un pobre diablo / acepto tu diagnóstico) y de que desde la desolación afectiva, amorosa y sexual (“en pleno orgasmo silenciado / creo que he llorado”) aspira a construir su universo poético, tal y como sucede en “Asepsia”, “Séptica” y “No busques en mí”.

NO BUSQUES EN MÍ
No busques en mí
a aquel niño inquieto
y descuidado que fui
o al adolescente que intentaba ser feliz
o al adulto doméstico que sufría por amor.
Nada de ellos queda en mí
sino residuos.
Cómo magulla la propia vida,
cómo hiere, cómo erosiona.
Nada queda de mí,
apenas un tipo sombrío que llora
con solo rozarle un recuerdo nimio
o el impacto inmediato de la emoción.
No soy siquiera cicatriz.
Soy heridas abiertas,
sangre y pus,
infección de lo que un día fui.
Un hombre que sobrevive sin sentir
el saludable temor a la muerte,
que de bien, al ser humano
siempre acompaña.
No soy alma,
solo soy humana mecánica
porque, de manera efectiva,
muerto ya estoy.
Soy un hombre muerto
que respira.

         Desde el punto de vista estilístico, la poesía de Cebrián, que nunca ha estado atenazada por la retórica, se ofrece desinhibida y clara. Y en esta línea transparente pero de sentimientos encontrados (no antitéticos) se inserta el decir directo y desnudo de Cebrián, un tono que, por otra parte, se aviene bien con el verso libre en que están dispuestos los poemas. Así, el ritmo brota al devenir del sentimiento, es decir, del valor semántico de los poemas más que del incómodo corsé de metros y rimas.
         Libro a libro, Cebrián va construyendo su personal poética de la zozobra, es decir, la expresión de una manera poética de vivir o des-vivir. Su arriesgado poemario está lleno de logros y diabluras, que a nadie deja indiferente:

Y que les den
a la poesía, a la elegancia en el decir,
a la contención poética,
al pensamiento
y al amor que debo a los seres humanos.

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