viernes, 17 de abril de 2020





          THE ARTIST, Ludovic Bource







 RELATOS DE HUMOR, Varios Autores





No es fácil lidiar con el humor en la literatura. Algunos, amantes de la gravedad de las cosas, lo subestiman al considerarlo ejercicios de ocurrencias propios de escritores superficiales. Estas palabras mías son también un poco superficiales, pero algo de verdad tienen. Y lo cierto es que pocas experiencias hay más gratificantes que reírse mientras leemos un libro. Recuerdo, yendo en tren de Elche a Murcia, que me entretenía con la lectura de Wilt, de Tom Sharpe. En un momento determinado, absorbido por una peripecia de la trama, comencé a reír –no a sonreír– y al instante fui testigo de cómo varios pasajeros giraron su cabezas con curiosidad. ¡Qué sensación de alegría podemos sentir cuando la experiencia es a la inversa! Quien lo probó lo sabe.
         Atrapado en casa estos días por la lluvia y otros asuntos, comencé a leer dos antologías de relatos que recogen “los principales” cuentos humorísticos. Si el publicado por Vicens Vives muestra un compendio más exhaustivo, dado que recoge autores de la literatura universal, el de Castalia se ciñe al relato español del siglo XX.
         A quienquiera entretenerse y pasarlo bien, le recomiendo que comience por el cuento seleccionado del Decamerón de Giovanni Boccacio, aunque echo en falta ese que con tanto solaz leí a mis alumnos de bachillerato titulado: “Un palafranero yace con la mujer del rey Agiluf, de lo que Agiluf sin decir nada se apercibe; lo encuentra y le corta el pelo; el tonsurado a todos los demás tonsura y así se salva de lo que le amenaza”.
         Aunque no se reproduce en los libros que reseño ningún pasaje del Quijote (solo figuran relatos independientes, no intercalados en otras obras), no podemos dejar de mencionar los pasajes humorísticos del Quijote ni los del Lazarillo, libros que combinan lo grave y lo triste con momentos de inolvidable hilaridad. Basta con recordar los consabidos cuentecillos o facecias dispersos en la novela picaresca –mientras comen las uvas o la longaniza– o algunos momentos jocosos de la obra cervantina –el parlamento de Sancho con don Quijote a vueltas de la belleza de Dulcinea, y la descripción que de esta hace su escudero, entre muchos otros–.
         Influido por el Decamerón, agradecemos leer el relato “Un tonel de risas”, de Geoffrey Chaucer, el autor de Cuentos de Canterbury, compuesto a finales del siglo XIV.
         Entre los cinco relatos seleccionados por José Luis Aragón para el sello de Castalia sobresale el cuento de Francisco García Pavón: “Se relata el robo de los once jamones, con la intervención del gran Plinio y de su ayudante don Lotario para atrapar al ladrón”. Y es así no solo por la perfección formal, el sostenido desarrollo de la trama y la descripción de sus conocidos personajes –Plinio, sagaz detective manchego; y Lotario, su albéitar inseparable–, sino por el uso tan pulcro de una lengua que aúna el léxico del mundo rural con otras palabras propias de un registro más culto.
         En Relatos de humor (Vicens Vives), Monserrat Amores añade al final unos microrrelatos (de Juan José Millás y Jesús Alonso) plenos de humor. Aunque el texto de Millás excede lo que se considera un microrrelato –el propio autor ha acuñado un “subgénero” nuevo, el articuento–, sobresale por su humor, ironía y una situación absurda que lo convierten en un ejemplo de originalidad.

PRIMER AVISO, Juan José Millás

   El otro día, en el contestador automático de mi teléfono, una voz angustiada había dejado el siguiente mensaje: “Mamá, soy yo, Cristina, que si puedo cenar hoy en tu casa, sólo te llamo para eso, para saber si puedo cenar contigo esta noche, avísame, por favor, no dejes de avisarme estaré toda la tarde aquí, soy Cristina”.
   Evidentemente, no soy la madre de Cristina, así que se quedó sin cenar la pobre, y yo también, pues no fui capaz de freír un par de huevos conociendo el drama de esa pobre chica. Algunas voces anónimas son como microorganismos que te infectan el día, y no hay Frenadol que las pare.
   Al día siguiente de lo de Cristina llegué a casa, le di a la tecla del contestador y alguien dijo: “Pedro, que lo de Luis, por fin, era maligno y encima Marisol se ha roto un brazo. A mamá no le hemos dicho nada todavía porque con las crisis respiratorias que tiene últimamente no lo soportaría. Nacho, por fin, va a repetir el COU”. Evidentemente, tampoco soy Pedro, no conozco a Luis ni a Marisol, y me importa un rábano que Nacho repita el COU, pero me amargó la vida esa acumulación de desgracias ajenas, qué quieren que les diga. Cuando llevas dos días seguidos escuchando mensajes de este calibre, el receptáculo donde se aloja la cinta del contestador empieza a parecerte un nicho ecológico donde se reproducen microorganismos perjudiciales para la salud emocional, así que desinfecté la cinta, pero al regresar del trabajo escuche: “Miguel, es la última vez que me das un plantón porque esta misma tarde me voy a suicidar”. Tampoco soy Miguel, pero estuve tres días con mala conciencia buscando una muerte violenta en la sección de sucesos, y así no se puede vivir.
   De manera que hoy, decidido a defenderme, he marcado al azar unos números hasta dar con un contestador en el que he grabado el siguiente mensaje: “Marta, que vengas en seguida porque Manolito se ha caído por el hueco de la escalera y Ricardo se ha tragado una cuchilla de afeitar, pero no me puedo mover de casa porque no tengo con quién dejar al bebé. Date prisa”. Ha sido un desahogo, la verdad, me he quedado más ancho que largo. Y pienso subir el tono si la guerra se prolonga. El que avisa no es traidor.

SIEMPRE HAY UNA DISCULPA PARA SALIR A BEBER, Jesús Alonso

Me compré una barra de bar porque quería dejar de salir a beber por ahí. Nada más montarla, me puse a un lado de la barra y pedí una cerveza. Fui al otro lado y pregunté: “¿Con alcohol o sin alcohol?”. Me cambié otra vez de sitio y contesté: “¡Con alcohol, imbécil!”. “¡Imbécil será usted!”, me respondí. “A mí nadie me trata así”, contesté, “me voy a otro bar.” Al salir di un portazo. Y allí se quedó el otro con su mierda de negocio.




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