sábado, 4 de abril de 2020





I WANT THE WORLD TO STOP, Belle & Sebastian



PISCINAS VACÍAS, Laura Ferrero



Quede claro que esto no es una reseña, ni un comentario erudito; se trata más bien de unas notas a vuela pluma de mi diario de lecturas en marcha. Mi propósito inicial era leer un par de relatos y dejarlo para otro momento. Pero quedé atrapado en uno escogido al azar. Seguir leyéndolo supuso, de paso, aplazar la densidad conceptual del Juan de Mairena de Antonio Machado que tenía entre manos.
Leído el libro, creo que Piscinas vacías muestra una profunda indagación en el inestable mundo de los sentimientos, o mejor, de los afectos que van y vienen a merced del viento de vivir. La fluidez narrativa –oraciones cortas, escasos adjetivos, ausencia de figuras retóricas– hace que estos relatos de amores y ausencias se lean con la velocidad de una mecha encendida.
En “Estaciones de tren”, que abre el libro, confluyen dos perspectivas narrativas: la segunda persona va contando el pensamiento y las acciones de un hombre casado que está enamorado de una joven; y en tercera persona se narra el deambular de esta joven que va a casarse. Ambos se quieren, se desean, son amantes, pero es un amor imposible y se alejan un día en una calle cualquiera.
En “Sofía”, donde se plantea otra vez la separación de una pareja, la mujer –voz narrativa que escribe la carta– acepta que “en la vida nos vamos quedando con carcasas. Cosas que tienen una forma reconocible pero que están vacías”. La madre, en suma, le escribe a su hija una historia de amor imposible con su padre.
          “Pan de molde” es un relato de estructura circular en el que se narran  las rutinas de un hogar, el crecimiento de unas hijas, la capa de tristeza que cubre las vidas, la sospecha de una infidelidad del marido, la necesidad de seguir adelante viviendo por inercia. 
         “La casa mas vacía del mundo” es una elegía, la asunción  de que la vida sigue después de la muerte de una esposa: “La vida continuaba (…). Ni un minuto de silencio. (…) Esa mañana, él, en la cocina, con restos de la vida que se iba y que había que tirar a la basura, se preguntaba qué era lo que moría en el mundo cuando alguien moría”.
En “Lo que brilla” un hombre de alta clase social y satisfecho con su vida llega a pensar que además de la suya existen también otras vidas posibles, y entonces se interroga: “No puedo hacer otra cosa que preguntarme si elegir un ideal no es quedarse con la parte muerta de la vida”.
El relato que da título a este libro –quizá uno de mis preferidos junto con “Estaciones de tren”– reflexiona sobre las consecuencias desastrosas que una muerte imprevista ocasiona en una familia. Aparte del deterioro de la relación de los cónyuges, la joven protagonista, que narra en primera persona sus desdichados y solitarios años de infancia, convierte la piscina vacía en un microcosmos donde viven los desechos, en el símbolo de una dolorosa pérdida.
El Serengueti” no es más que la confesión, a través de un correo electrónico, de alguien que está enamorado de una mujer a la que dejó marchar. Un ejemplo más de amor truncado.
“Después de la lluvia” cuenta el descubrimiento del amor de una mujer inmersa en las secuelas de un cáncer de mama: “Tú observabas el cuadro, y yo a ti. Te quise desde ese momento. Me enamoré de una mirada que no era para mí, que era para las cosas quietas, como la belleza de los colores de un cuadro”.
En “El rastro de los caracoles” se analiza el valor de los recuerdos, frágiles palillos que el deambular de la vida rompe: “Empiezo a entender que la vida era solamente intentar trazar un camino, dejar una marca. Por muy pequeña e insignificante que fuera. Como el rastro de los caracoles”.
“El camino opuesto” establece un paralelismo entre la decisión que toma el protagonista de El príncipe de las mareas y la que toma un padre, tras decidir huir “al país donde existe el amor”, parafraseando una conocida canción de Nana Mouskouri.
“El muro” supone una metáfora de la incapacidad de un hombre para conseguir convencer a la mujer de la que está enamorado. Al final, acaba estrellándose contra el muro de la realidad y la decepción.
En el último cuento, “Ecuaciones”, se narra el momento de inflexión de una mujer que se separa. Aprovechando que su hija está en Nueva York, decide visitarla.
Trabajada sencillez expresiva y análisis de la inestable caligrafía del amor, estos son, a mi juicio, los dos rasgos comunes en todos los cuentos de este libro. Anoto el nombre de Laura Ferrero para futuras lecturas.



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