AUTORRETRATO SIN MÍ, Fernando Aramburu
He aquí la autobiografía temática, fragmentaria, de un escritor, de un hombre que ha convertido la escritura y la conciencia moral en vías sobre las que recorrer una existencia coherente. Estos retazos biográficos son las partes dispersas de un puzzle que nunca se acaba, porque la suya –como la de todos– es una vida en marcha; son textos bellamente escritos, pequeñas semblanzas en prosa casi siempre poética. Embridado el sentimentalismo, ofrece recuerdos, opiniones e instantes desde la perspectiva del yo y también con la voz del "hombre aludido” que le acompaña, es decir, del Escritor que vive en el propio Fernando Aramburu.
En
el primer capítulo (“Su vida y la mía”) hace un sucinto recorrido de su
vida. Unas veces se fija en un hecho del presente, esto es, en una foto que el
escritor toma desde su casa a un viejo que camina y que tiempo después morirá. Otras recuerda el
encuentro con una antigua novia que vuelve a ver en una presentación, lo que le
permite reflexionar sobre las vidas imposibles. La evocación del padre es
reiterada, un padre que se describe como un ejemplo de bondad (“Vuelta a
casa”). También evoca a su madre: “Tienes belleza, carácter, orgullo, eres lista y no
te arredra el trabajo. Pero has nacido en una mala época de España, en un pueblo
de labradores donde no crece una brizna de cultura, en una familia numerosa y
pobre” (p. 95). Alude en ocasiones a un modo de vida en el que cree y que le
proporciona la paz necesaria para vivir. Valga “Horas de serenidad” como ejemplo
de lo que decimos, esas horas antes del anochecer donde el autor se dedicada a
la lectura y se siente feliz.
El
autor de Patria no evita
aludir a la locura del terrorismo ni renuncia a proclamar su fe en el hombre. Así en
“Imágenes de documental” escribe:
“¿Por qué le han disparado? Es que
no era exactamente un hombre. A ver si nos entendemos. Era un objetivo, una
legaña molesta en el ojo de una utopía.
Aparece
en la pantalla un funcionario del ayuntamiento accionando una manguera. El
chorro potente arrastra la mancha colorada hacia el sumidero. La sangre y el
agua se confunden formando una espuma levemente rosada.
Secuencias
después, la acera presenta un aspecto limpio. Los baldosines, mojados,
relucientes, parecen nuevos. Por el lugar donde horas antes un hombre murió a
tiros, donde se vació de sangre y dejó de golpes huérfanos y viuda, van y
vienen como todos los días los transeúntes”.
Hay
enfoques y propuestas temáticas muy originales. Por ejemplo, el autor se pone y
se quita el alma según convenga a los acontecimientos vitales, según la vida
vaya rodando en uno u otro sentido. De niño, el alma es la alegría permanente;
con los años el alma le acompaña en contadas ocasiones:
“En este armario guardo mi alma.
Entre camisas y pantalones cuelga, limpia y lanchada, de su percha. Por
tratarse de una prenda valiosa la llevo conmigo solamente e ocasiones
especiales. U alma es para toda la vida. Un alma no se arregla. Si se rompe, no
hay otra. (…) De
niño, en cambio, no iba sin mi alma a ningún lado. Ni para dormir me la
quitaba. La echaba a volar junto a los ángeles que surcaban en bandada el cielo
de mi infancia. Me complacía columpiarme con ella en las campanas. Y, al caer
la noche, se la enseñaba a Dios, que de tanto conversar conmigo me parecía un
miembro más de mi familia” (p. 119).
Igual sucede cuando el
autor se ve en las alas de un mirlo y ve el mundo a través de otros ojos (p.
171). El
escritor es también un hombre contemplativo, amante de la soledad, alguien a
quien también le produce felicidad observar el cielo:
“Invitado por el calor suave de la
tarde, me he tendido en la hierba. Las manos cruzadas bajo la nuca hacen de
almohada. Un pequeño manzano proyecta s sombra sobre mí. Busco con la vista
fragmentos de cielo entre las hojas. (…) No descubro en el espacio que abarca
mi mirada señales de actualidad. Estoy, simplemente, bajo el cielo azul de una
tarde veraniega, en un lugar con hierba y un manzano”.
Reivindica
su amor profundo a la lengua castellana, quizá una de las pocas pasiones que
siguen existiendo para él: “Y de tanto morir sigues viva en tu perfil oral y en
tu melena escrita que ondea a uno y otro lado del océano, dando rumbo a la
experiencia comunicativa, a la imaginación y el canto de tantos que te servimos
torpemente sin por ello dejar de venerarte, maravillosa lengua castellana,
compañera del alma, compañera” (p. 123).
Lo
dicho, autobiografía revelada en pequeñas dosis, escritura limpia, elegante,
sin pretenciosas florituras estilísticas ni desahogos sentimentales, una prosa
eficaz, bella, de hondo transfondo ético. Un ejemplo de escritura.
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