LAS
COSAS COMO FUERON. Poesía completa, 1974-2017,
Eloy Sánchez Rosillo
Acudí al Gran Teatro de Elche convencido de que, durante la lectura que
Eloy Sánchez Rosillo iba a realizar de sus poemas, asistiría a algo único y mágico.
Y fue así, no porque la inmensa mayoría de los asistentes fueran buenos
lectores de la poesía de Eloy, sino porque estábamos allí reunidos compartiendo
un tiempo con un poeta verdadero, el autor de una poesía llamada a perdurar. Su
singularidad y su fidelidad a una manera de entender la poesía como una expresión
clara, honda, elegante y emotiva es un dignísimo ejemplo de quehacer poético.
No pretendo analizar ni las
claves temáticas ni hacer un recorrido sobre su producción al hilo de la
reciente publicación de su obra reunida. Eso me sobrepasa. Quiero dar fe de la publicación de este libro e invitar a
comprarlo, a leerlo, a regalarlo, porque es la suya una poesía rica en matices y
no dejará indiferente a ningún lector. Sólo quiero dejar constancia de que en
el Gran Teatro escuché por vez primera, y en voz del propio autor, un conjunto
de poemas que conozco desde antes del 6 de julio de 1993, fecha
en que me dedicó su primer libro, Maneras
de estar solo.
Sánchez Rosillo intercaló en su
lectura algunos comentarios. Habló de la importancia de la luz en su obra; de
la necesidad de vivir el presente; de gozar de la alegría cuando esta llegue
porque dos veces no se produce ese milagro; aclaró su evolución de la poesía
elegíaca a la poesía hímnica y celebratoria, si bien se mostró reacio a las
clasificaciones reduccionistas; ensalzó el valor de la naturaleza, de los árboles
y los pájaros (“Para escuchar el canto del jilguero/vine yo al mundo”);
reivindicó la visión del paisaje como punto de partida para la reflexión y el
pensamiento emocionado; desdeñó la tristeza porque es intransitiva y
destructora y no se aviene con la esencia de la poesía, que es la creación; no
renunció a esa melancolía puntual, porque su presencia en el poema supone el
reconocimiento de una dicha que se perdió.
En fin, habló de la vida, con
la certeza de que, quién lo diría, siempre soñó ser poeta desde su origen y
cantar las cosas como fueron, para su gloria y la nuestra, sus acólitos
lectores. Gracias.
COMO EL VIENTO EN LA NOCHE
SIENDO tan sólo lo que soy, un hombre,
y no el viento nocturno,
y estando aquí, tan para siempre lejos,
acudo –no sé cómo– ciertas noches de luna,
igual que el viento, buen hermano suyo,
hasta donde se alza la vieja acacia aquella,
es decir, a mi infancia. Y allí sigue,
esbelta, misteriosa y solitaria,
en abandono triste, irremediable,
perdida en el inmenso silencio de los campos
junto al deshabitado caserón.
Me acerco a ella en la noche como si fuera el viento,
la miro desde arriba y me enredo en sus ramas,
la hago sonar,
divago por su copa, y luego me remanso
al lado de los pájaros que duermen.
Puedo ver cómo fluye entre sus hojas
la delicada luz que desde el cielo cae:
agua de luna pura,
agua de estrellas de madrugada.
Aquí me tienes, vieja amiga, no es
el viento el que ha venido,
soy yo, Eloy, aquel de entonces,
que ahora vuelve, ya con el pelo blanco,
a darte compañía;
alrededor de ti giro muy lentamente,
y seguiré contigo, para que no estés sola,
hasta que empiece a despuntar el alba.
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