DEL
AMOR CAÍDO, Manuel Laespada
Es este un breve e intenso poemario, con el que su autor rinde un
sentido homenaje a uno de sus poetas preferidos, Luis Cernuda. Hay en los
versos una tensión muy bien conseguida con imágenes acertadas: “Un escorpión dormido
es la mentira / y su ponzoña inunda / el cáliz de los días”. El paso del tiempo
se aborda con versos de impecable factura quevediana: “Ahora que la vida
empieza a ser ayer, / cuando hablar de mañana es repetir entonces”. El amor es también un tema recurrente: “Quise abrazar
tus labios y el invierno / me abordó en las esquinas / como un niño cobarde /
que al huir llena el aire de misterios”. Estamos ante un poemario meditativo y
de clara dicción, que reflexiona sobre la vida vivida y se sirve de pequeñas
anécdotas autobiográficas para conferir una conmovedora intensidad.
La calidad de su poesía le ha
permitido a Manuel Laespada recibir muchísimos premios literarios. Aunque
acostumbro a comentar algunos aspectos temáticos y formales de los libros
reseñados, valga por esta vez la lectura de dos poemas para conocer a un autor
que más pronto que tarde será de nuevo noticia en este blog.
Adolescente fui en días idénticos a nubes
¿Te acuerdas de los hijos?
Han
crecido
tan
rápido y tan viento
que
para retenerlos
ni nos
sirven sus nombres
ni sus
ojos tan nuestros.
Están y
estamos lejos,
lejos
sí están aquí, y lejos
si
están lejos.
Su voz
en la distancia
es más
que voz, recuerdo,
y sus
besos ausentes
nos
llegan como un eco
que
acaricia la piedra,
y son,
y no tenemos.
¿Te
acuerdas de los hijos,
de esa
otra vida nuestra,
de
aquel tiempo
que
felices velábamos
el
miedo de sus sueños?
Hoy sus
camas tan frías…
Hay
veces que el recuerdo
más que
refugio es duelo.
No hay amor, sino losas
1.
Ahora
que la vida empieza a ser ayer,
cuando
hablar de mañana es repetir entonces
y es el
sol mariposa, y es cansancio,
y la
luna
acaba
encandilándonos las venas,
es
acaso el momento de que hagamos balance
y
pongamos a un lado de la báscula
las
derrotas, los miedos, el llanto, la fatiga,
que ya
acaba cubriendo –como nubes-
lo que
queda de cielo.
Al otro
lado basta (es más que suficiente)
el peso
del amor.
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