NADA DEL OTRO MUNDO, Antonio Muñoz Molina
No suelo releer
los libros que por una u otra razón han dejado una huella indeleble en mi
memoria de lector, pero sí me gusta referirme a ellos porque de este modo me
reafirmo en un canon lector muy necesario para mí. Recuerdo que leí este
conjunto de cuentos que les recomiendo cuando estaba atareado en la redacción del
que sería mi primer libro de poemas. Frisaba yo los treinta años, y adquirí en
1993 la primera edición del libro de Antonio Muñoz Molina, un escritor que
desde entonces tiene en mi altar de preferencias un lugar destacado. Más tarde,
en 2011, en la nueva edición que preparó la editorial Seix Barral, se añadieron
dos cuentos nuevos, “El miedo de los niños” (que mantiene no pocas
concomitancias con el mundo de su novela Plenilunio)
y el cuento “Apuntes para un informe sobre la brigada de la realidad”. En
cualquier caso, catorce cuentos que son pocos para una trayectoria jalonada con
magníficas novelas.
Todos los rasgos estilísticos que han convertido
a AMM en un escritor de referencia están ya esbozados en estos relatos: la
ironía común a muchos de ellos, el confensionalismo que a modo de digresiones
se enreda, por ejemplo, en el cuento “Nada del otro mundo”, el apego a la
realidad, la sabia descripción con matices líricos, la plasticidad de su prosa,
el fraseo de período largo, el predominio de lo narrativo sobre lo dialogado,
en fin, cualidades que el autor fue explorando en estos cuentos mientras se
dedicaba con ahínco a la redacción de sus obras mayores. Y, sin embargo, con
qué alegría se leen estos relatos.
En el vertiginoso mundo de ediciones por
doquier, de títulos y autores en que vivimos y que tantas veces nos defraudan, leer
los cuentos de AMM proporcionan un placer garantizado. Al mismo tiempo, vienen ahora
a mi memoria esas palabras antiguas y verdaderas de Quevedo sobre la
conveniencia de entretenerse “con pocos, pero doctos libros juntos”, la misma
idea que también expresó Pedro Salinas en El
Defensor: “Conformidad
con esa realidad que se nos impone de no leer en ese trecho temporal más libros
que los que en él se pueda leer honda, fecunda y delicadamente. ¿Qué no
pueden ser muchos? Pues que sean buenos. De Séneca en adelante abundan los
testimonios de varones ilustres que se pronuncian a favor de los pocos libros
bien leídos, y en contra de los muchos leídos malamente”.
Más que referirme a un u otro cuento, quisiera
insistir en las recurrentes alusiones al ejercicio de escribir y leer: “Para
que escribir deje de ser un sueño adolescente llega un momento en que uno debe
convertir el sueño en un oficio, y en los oficios no hay gloria comparable a la
terminación” (p.34); “Era verdad lo que me había dicho mi padre: escribiendo a
máquina uno siempre se abre paso en el mundo” (p.36); “Como Franz Kafka, como
Cavafis, como Fernando Pessoa, yo trabajaba modestamente en una oficina
mientras mi obra maduraba con segura lentitud en la oscuridad” (p. 41); “No
conozco ninguna novela que me apasione más que la lectura de un diccionario”
(p.87).
Leen
este libro que aquí les sugiero, aunque quizá sea más fácil encontrar la
edición actualizada de Seix Barral.
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