sábado, 25 de abril de 2015






QUISIERA TENER LA VOZ DE LEONARD COHEM PARA PEDIRTE QUE TE MARCHARAS,
Óscar Sipán

Creo que un buen cuento debe contener un secreto sutilmente desvelado, mostrar ese momento insoslayable de unos personajes que se muestran y actúan (apenas se definen), dirigidos sabiamente por un contenido lirismo donde nada falta ni sobra. Un buen cuento es tan frágil como ese castillo de ceniza en que acaba la vida de una manzana, pongamos por caso. Estas disquisiciones me las suscita la lectura del último libro del escritor oscense Óscar Sipán, Quisiera tener la voz de Leonard Cohem para pedirte que te marcharas, una antología de relatos que ha sido finalista del primer certamen internacional de cuentos  Gabriel García Márquez.

Conocí a este autor porque formaba parte del jurado de un certamen  convocado en la comarca de Los Monegros, adonde fui a recoger un premio, que me permitió conocer un lugar de una belleza peculiar e hipnótica, especialmente por lo agreste del paisaje. El manojo de cuentos que acabo de leer es una muestra de esa intensidad expresiva y vital que yo valoro mucho en los cuentos. Son esos momentos esenciales que quedan fijados en unas coordenada espacio temporales concretas. Bastaría con leer “El talento de las moscas” (el escritor Antoine de Saint-Exupéry aterriza en paracaídas en el jardín de la protagonista) para descubrir la peculiar riqueza literaria del universo de Sipán, un autor que lanza dardos de belleza metafórica muy inusuales en el panorama actual, y a quien debieran leer todos aquellos que creen que un cuento se salva por cómo se dicen las cosas más que por las cosas que se dicen. Hay algunos momentos que serían reseñables como otros que podrían obviarse. He aquí algunas aciertos que me sorprenden: “enfermos de esas bacterias que se alimentan de silencios”; “las olas eran como enaguas de amas de llaves”; “su sonrisa es un gajo de mandarina deshaciéndose en mi boca”; “la carretera ejerce de cremallera entre viñedos”. Caso aparte son los microrrelatos que ofrece en el cuento titulado “La invisibilidad de los microbios”: “Nada más verla en el tren, me quité el anillo. Ahora estoy soltero”. O ese otro que titula “Cuento de terror”: “Cuando quisimos darnos cuenta, todos éramos funcionarios”. Nadie saldrá indiferente de estos cuentos.

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