DON
DE LA EBRIEDAD,
Claudio
Rodríguez
I.
Siempre
la claridad viene del cielo;
es
un don: no se halla entre las cosas
sino
muy por encima, y las ocupa
haciendo
de ello vida y labor propias.
Así
amanece el día; así la noche
cierra
el gran aposento de sus sombras.
Y
esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada
vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los
contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y
es pronto aún, ya llega a la redonda
a
la manera de los vuelos tuyos
y
se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada
hay tan claro como sus impulsos!
Oh,
claridad sedienta de una forma,
de
una materia para deslumbrarla
quemándose
a sí misma al cumplir su obra.
Como
yo, como todo lo que espera.
Si
tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo
voy a esperar nada del alba?
Y,
sin embargo -esto es un don-, mi boca
espera,
y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria
persecución, claridad sola
mortal
como el abrazo de las hoces,
pero
abrazo hasta el fin que nunca afloja.
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