lunes, 26 de enero de 2015





LAS APARIENCIAS,  Antonio Muñoz Molina

Se ha oído hasta la saciedad que una gran parte de la mejor literatura tiene su origen en los periódicos. Como todas las generalizaciones tiene algo, solo algo, de verdad. En cualquier caso, son muchos los textos excelsos que he disfrutado de F. Umbral,  M. Alcántara, Pedro G. Cuartango, M. Vicent, del recientemente fallecido Alvite y de tantos otros. Cada sábado inicio el día con la lectura de la colaboración de Antonio Muñoz Molina en el diario EL PAÍS, recorto los que me gustan y los archivo, también practico el copipega y los dejo dormir en un archivo de mi ordenador para releerlos no sé cuándo ni en qué tiempo futuro. Pero nada me despista de ese disfrute matinal.
Ahora releo algunos que fueron reunidos en libro Las apariencias (Alfaguara, 1995), un libro que leí hace años y que reseñé en las páginas de Artes y Letras en INFORMACIÓN. Estamos ante una colección de artículos periodísticos que su autor escribió en ABC y EL PAÍS, y en los que Antonio Muñoz Molina insiste en su pretensión de compaginar el artículo con la novela y el cuento.
En el primero de los artículos, “La manera de mirar”, hay una declaración de intenciones, algo así como una teoría de la contemplación que tan bien cuajó en su delicioso libro Ventana de Manhattan (2004). Supone una declaración del papel del escritor en el mundo, de cierta defensa de la primacía de la realidad sobre el arte, que de alguna manera ha servido de guía para el escritor: “Basta de espejos y de sombras, de melancolía y de literatura, de canciones escuchadas para sufrir más dulcemente. Procurará mirar ahora las cosas con los ojos tan apasionadamente abiertos como un pintor de la verdad. Intentará vivir para contarlo” (p. 29).
Quien haya seguido la evolución narrativa de AMM (y quien esto escribe ha empeñado tiempo y disfrute en hacerlo, hasta pensar que será testigo del momento en que este autor sea distinguido con el Nobel) advertirá que se ha ido produciendo un proceso de desliteraturización y cierta renuncia a modelos narrativos, al tiempo que una afirmación cada vez más constante del valor de la memoria, del recuerdo y de la contemplación de la realidad más inmediata como asuntos novelables. A esta conclusión puede llegarse si se ha leído todas sus obras (no solo novelas), desde la primera, El Robinson urbano (1984), hasta la última, Como la sombra que se va (2014), y se llega a la conclusión que en tres décadas AMM ha conseguido elaborar el mayor festín literario de las letras hispanas.
En la obra que ahora reseñamos, Las apariencias, el autor jienense cautiva una vez más por su capacidad para describir ambientes, paisajes y rasgos psicológicos de personajes, por transmitirnos con una manera nueva de mirar todo cuanto ve. En este sentido, cabe resaltar la actitud que el escritor adopta ante el origen de su materia temática: “Quien escribió tantos artículos rabiosamente intelectuales, hermosamente intoxicados de literatura, quien creó personajes completamente novelescos, argumentos de género…, reniega ahora de su posible enfermedad literaria y abre las ventanas de la calle y del recuerdo personal” (Elvira Lindo, prólogo a Las apariencias p. 17).
Estamos ante un libro de temática miscelánea, pero en el que advertimos cierta recurrencia en los motivos: las alusiones al mundo de la pintura y la presencia constante de la literatura como forma de vida que procura intensidad y verdad son temas desarrollados en varios artículos, pues como dice Muñoz Molina: “Fatalmente la voluntad de saber lo condena a uno a la literatura, que es una simulación del conocimiento y no un método para averiguar la verdad”. Destaca una mirada atenta hacia los desposeídos y el perfil humano de las situaciones. En “Desconocidos”, quizá el más intenso, plasma el abandono de una mujer sin nombre que yace en coma en un hospital de Madrid y que “pertenece a la soledad y la amnesia”. El tono literario se ve reforzado por citas explícitas de Lorca  y un uso constante de la intertextualidad que nos recuerda al poema “Mujer con alcuza”, de Dámaso Alonso. En “Soldados” reflexiona sobre la vida cuartelaria, bucea en la experiencia personal y crea, de este modo, el embrión de su futura novela “Ardor guerrero”.
Frente a esta evolución temática que amplía la óptica de sus intereses, parece Antonio Muñoz Molina reafirmarse en sus rasgos estilísticos, aciertos que ya fueron elogiados por Pere Gimferrer cuando dijo que AMM poseía “unas condiciones expresivas del todo inhabituales, una rotunda capacidad de invención y una enérgica voluntad de estilo” (prólogo a El Robinson urbano, 1993, pág. 6). No hay duda de que el autor prefiere las oraciones de período largo con cierto abuso de la polisíndeton para el engarce del discurso, en la captación poética de la realidad, y en la sorpresa de la adjetivación innovadora, pero al mismo tiempo ha renunciado, solo en parte, al uso de referencias literarias común en sus primeros artículos, pero todavía presentes sutilmente en este libro que reseñamos. Podríamos servirnos de las palabras de Jorge Luis Borges que recoge Andrés Soria en la introducción al libro de cuentos de AMM “Nada del otro mundo” para comprender la evolución que ha experimentado el estilo del autor jienense: “Es curiosa la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad”.
Es quizá el estilo de Muñoz Molina su cualidad literaria más personal y sobresaliente. Plasma en largas oraciones matices llenos de plasticidad, nos sorprende con una adjetivación innovadora y poética (“los paisajes polares de los aeropuertos”) y capta con la misma morosidad las manos de un ciego, la concentración de un hombre mientras lee y la luz detenida en un balcón. De ahí que en “El color de los sueños” se aluda a las tonalidades azules de Vermeer, Van Gogh, Edward Hopper, Joan Miró y Magritte.
AMM no abjura de sus modelos, los cita, abusa de la intertextualidad y rememora sus lecturas hasta convertir la literatura en un quehacer intrínseco a su vida: “Desde Cervantes a Faulkner tengo ochocientos padres”, pero son algunos los escritores en los que suele reconocerse: Borges, Graham Greene, Onetti, Bioy Casares, Carver, Rulfo, Cervantes, Flaubert, Proust, Chesterton, Umbral, Conrad, Navokov…
Al margen de sus referentes estético y literarios, no es AMM un escritor indiferente a la realidad que le rodea, sino que además se sirve del periodismo para plasmar sus inquietudes, para expresar su visión de la realidad, sin temer a la disputa que su opinión pueda suscitar. AMM mira la realidad con ojos comprometidos, pero sin renunciar nunca a la principal exigencia que debe tener un escritor, esto es, el cuidado del estilo. La imbricación entre periodismo y literatura tiene en Muñoz Molina a uno de los mejores escritores: “Estoy convencido de que el escritor lo es en la medida en que al crecer ha seguido guardando consigo el fuego sagrado de la imaginación, el impulso antiguo y nunca desfallecido para interpretar el mundo no mediante el análisis sino mediante la fábula, y de suspender de vez en cuando las leyes inflexibles de lo evidente para mirar al otro lado y descubrir lo que las apariencias aceptadas ocultan”.
Julián Montesinos Ruiz


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