lunes, 29 de diciembre de 2014



LUNES, Rubén Abella


-¿Dígame?
-Papá, soy yo.
-Jacobo, hijo. Qué alegría oírte. ¿Cómo estás?
-Muy bien. ¿Y vosotros?
-Bien, bien, como siempre. ¿Qué tal el trabajo?
-Muy liado, pero contento.
-¿Y Madrid? ¿Te acostumbras?
-Poco a poco.
-¿Necesitas algo?
-No, no. Gracias.
-¿Seguro?
-Seguro.
-Dice tu madre que cuándo podemos ir a verte.
-Dile que pronto, en cuanto encuentre un piso que esté bien. Es que, como la empresa me paga el hotel, aún no me he puesto a buscar nada en serio.
-Es lo menos que pueden hacer, con el puestazo que tienes.
-Papá, me llaman por la otra línea. Te tengo que dejar. Sólo quería que supierais que estoy bien.
-¿No vas a hablar con tu madre?
-La próxima vez.
-Tus hermanos te echan mucho de menos.
-Yo a ellos también.
-Hijo...
-Qué.
-Estamos muy orgullosos de ti.
-Gracias, papá. Un beso.
-Un beso, hijo. Cuídate mucho.
-Adiós.
-Adiós.
Jacobo cuelga el teléfono y suspira.
Luego recupera la moneda que ha introducido en la ranura prendida de un hilo, sale de la cabina tirando de la maleta desgastada y se dirige al comedor social.

Es lunes, y ponen cocido.

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