HABLA SOLO CON BUENA INTENCIÓN, Epícteto
De uno de mis libros favoritos,
el siguiente texto:
“Se presta mucha atención a la
importancia moral de los actos y sus consecuencias. Quienes aspiran a una vida
superior también llegan a comprender el con frecuencia ignorado poder moral de
las palabras.
Uno de los signos más claros de vida moral es hablar correctamente.
Perfeccionar el modo de hablar es una de las piedras angulares de todo programa
espiritual que se precie.
Ante todo, piensa antes de
hablar para asegurarte de que hablas con buena intención. Irse de la lengua es
una falta de respeto hacia los demás. Descubrirte a la ligera es una falta de
respeto a ti mismo. Mucha gente se siente obligada a expresar cualquier
sentimiento, pensamiento o impresión que tenga. Vierten al azar el contenido de
su mente indiferentes a las consecuencias. Esto es peligroso tanto en el
sentido práctico como moral. Si cotilleamos sobre cada una de las ideas que se
nos ocurren, sean grandes o pequeñas, podemos desperdiciar fácilmente, en el
trivial curso de una charla huera, ideas que tienen verdaderas cualidades.
Hablar desenfrenadamente es como ir dando bandazos en un vehículo
sin control destinado a caer en la cuneta.
En caso de necesidad, mantente callado o habla con moderación. El
habla en sí misma no es buena ni mala, pero se emplea tan a menudo con
negligencia, que debes ponerte en guardia. La charla frívola es una charla
hiriente; además, es impropio ser un charlatán.
Entra en discusión cuando una ocasión social o profesional así lo
requiera, pero sé cauto y asegúrate de que el espíritu y el propósito de la
conversación, así como su contenido, siguen mereciendo la pena. La cháchara es
seductora. No te dejes atrapar por sus garras.
No es preciso limitarse a temas elevados o filosóficos todo el
tiempo, pero ten cuidado de que el parloteo común que pasa por ser una
discusión que vale la pena no tenga efectos corrosivos sobre tu elevado
propósito. Cuando decimos tonterías sobre cosas triviales, nosotros mismos nos
volvemos triviales, pues la atención queda absorta en trivialidades. Nos
convertimos en aquello a lo que prestamos atención.
Nos volvemos mezquinos cuando entablamos una conversación sobre
terceros. En especial, evita acusar, alabar o comprar a la gente.
Si te das cuenta de que la conversación en la que estás inmerso
decae hacia la palabrería, intenta, siempre que sea posible, conducirla de
nuevo, sutilmente, hacia temas más constructivos. No obstante, si te encuentras
entre extraños indiferentes, puedes limitarte a permanecer callado.
Conserva el buen humor y disfruta de unas carcajadas cuando sea
apropiado, pero evita la risa floja de cantina que suele degenerar en
vulgaridad o malevolencia. Ríete con,
pero nunca de.
Siempre que puedas, evita hacer promesas ociosas”.
(Manual de vida, José J. De Olañeta Editor, 1997)
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