jueves, 6 de marzo de 2014



CUANDO ALGO QUEDA VIBRANDO EN EL CORAZÓN,
Julián Montesinos Ruiz

Es difícil situar en nuestra autobiografía el momento en que uno decide escribir un poema o un cuento. Pero si somos rigurosos siempre averiguamos en qué circunstancias emocionales fue escrito. Quiero decir con ello que para mí el poema debe ser reflejo de un tiempo y un espacio, pero sobre todo respuesta a la necesidad de expresar unos sentimientos que hay que compartir para no sentirnos tan solos. La poesía, de este modo, será comunicación con el otro de mi humilde verdad emocional.
Fue allá, en las frías tierras de León, en unos tiempos de mudanza política, cuando sentí que la poesía empezaba a formar parte de mi vida. Era yo un joven de catorce años que escuchaba atento las explicaciones que el profesor de Literatura (mi apreciado Ángel García Aller) daba en clase y decidí que yo también quería ser así, que me gustaría, en un futuro no muy lejano, compartir con otros jóvenes la experiencia de la literatura, ese archivo sentimental y sapiencial de la humanidad. Y empecé a comprarme libros y a ser visitante ocasional de la magnífica biblioteca pública que había en el parque de San Francisco. Poco a poco fui vinculándome a los libros y a disfrutar de ellos como de una callada compañía que todo lo llenaba.
Pero mi descubrimiento de la poesía se lo debo al azar, al hecho de que mediara poco tiempo entre la muerte de mi padre y la concesión del Premio Nobel a Vicente Aleixandre. Mi descubrimiento de la obra del poeta sevillano vino a compensar una sensación de orfandad afectiva en la que yo vivía y que, paradojas del destino, siempre me ha resultado muy difícil superar. La poesía de  Aleixandre me llevó a leer a los grandes poetas de la Generación del 27 en una edición de Cátedra que aún guardo con cariño en mi biblioteca. El contagio de la Literatura se había obrado, y a partir de ahí la lectura me llevaría inevitablemente a la escritura, aunque eso sucedió mucho más tarde.
La vida me regaló cuanto soy: me hizo profesor, amante de la Literatura, aunque en especial de la poesía y de algunos cuentos por los que siento verdadera admiración. Y me resulta curioso pensar ahora en el modo tan intenso con que leía cuando rondaba los veinte años; y tantas lecturas dieron como resultado, cuando aún no tenía los treinta, mi primer libro de poemas, titulado Paisajes y desconciertos, y que fue Premio Bahía de la Fundación José Luis Cano, de Algeciras.
Durante una década, la vida seguía empujándome hacia los demás, que no eran otros que mis alumnos, guiado siempre por mi interés de mejorar la didáctica en el ámbito educativo. Por aquel tiempo me dediqué a leer las obras más adecuadas para los jóvenes,  y a desentrañar cuál podía ser el corpus de obras óptimas para el alumnado, esfuerzo que se vio recompensado con la redacción de una tesis doctoral sobre literatura juvenil y su dídáctica.
Pero ahora, recién estrenada la década de los cincuenta, vuelvo a mí,  a mis lecturas y a la escritura. Fruto de este reencuentro con mi primera vocación son los poemas que estoy agrupando con el título de Gratitud, un libro que pronto verá la luz si nada se tuerce.
También creo que la poesía excede los estrechos límites de un poema y que se muestra en muchas otras formas de expresión (la música, la publicidad, en un paisaje, en un rostro bello, en un color, en una palmera de nieve…). Por eso, el poeta ha de estar atento y ser algo así como un cazador de claridades, de sentimientos, de metáforas capaces de atrapar con la palabra esa porción de belleza, de sentimiento y de verdad que nos hace la vida más hermosa.
Inmerso también en esta visión de la literatura, espero reunir bajo el título de Los afectos un conjunto de cuentos que han sido premiados en diversos certámenes de la geografía nacional.
Por cierto, últimamente solo escribo cuando siento que algo queda vibrando en la memoria del corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario