EL VIAJE DE LA LUZ, Antonio Moreno
Creo que un poeta debe,
esencialmente, saber mirar y encontrar donde otros no ven, y transmitirlo, si
es posible, con verdad, sencillez y emoción. Esto pienso ahora que tengo entre
las manos el nuevo libro de Antonio Moreno (Alicante, 1964), El viaje de la luz (Renacimiento, 2014),
una antología (la primera, tras reunir sus poemas publicados hasta 2007 en Intervalo, Comares, 2008) de un escritor que siempre ha escrito el mismo libro (un triángulo
sucesivo y fértil entre el mundo, el poeta y su pensamiento emocionado).
Pero antes de comentar el nuevo
libro de Antonio Moreno en esta bitácora en la que solo hablo de la música y
los libros que me gustan, quiero referirme a una experiencia gratificante, diría
que entrañable, que sucedió durante la conferencia que el poeta pronunció en La
Calahorra (Elche) sobre la influencia del mundo clásico en su poesía, a raíz de
una invitación cursada por la Sociedad Española de Estudios Clásicos. Fue el día
31 de enero de este año y aún siento el clima de afecto, respeto y admiración
que allí se vivió. Rastreaba el autor la vinculación de su obra con el mundo clásico
(o viceversa), un clasicismo interiorizado, un mundo cultural aprendido. Y allí
tuve la oportunidad de ver en público lo que ya conocía en privado: que la razón
de existir de Antonio, que su destino como hombre, es ser portavoz de un hondo
caudal poético que mana del venero más íntimo de su ser. El poeta y el hombre
comparten con todos nosotros su verdad, en una obra donde la transparencia, el
pensamiento, la esencialidad, la emoción y la verdad conviven como las partes
de un todo inalterado a través ya de muchos años. Y en ese acto hubo un aplauso final estremecedor, porque, aparte de la profundidad del contenido expuesto, todos apreciamos la autenticidad del poeta y su generosidad humana.
Leo la introducción que Vicente Gallego regala a los lectores de
esta antología y advierto en sus palabras un mismo aroma de gratitud hacia al
poeta y hacia su obra. En esencia, entre el prologuista y el poeta antologado hay
no pocas connivencias poéticas. Aun a riesgo de simplificar la realidad, puedo decir que mientras Vicente Gallego ha
sometido su obra a una fuerza centrípeta de recogimiento y esencialidad espiritual
progresiva, Antonio Moreno ha estado siempre en el mismo sitio, en su epicentro
esencial, pero su voz, como las ondas concéntricas que produce la piedra en un
lago, va centrífugamente enriqueciéndonos. Les transcribo las hermosas palabras con las que concluye el
prologuista: “Como persona, Antonio Moreno es uno de los más grandes regalos
que le debo a la generosidad inagotable de la vida. Como poeta, una de las
voces a las que me siento más cercano, tanto en la razón estética como en la
clara sinrazón compartida del espíritu. Que él siga soplando como y donde
quiera, hermano”.
Acabo de leer El viaje de la
luz, una antología ponderada para tener una visión global del quehacer poético
de Antonio Moreno, una obra que para mí es un una manera esencial y sencilla de
mirar la hermosura del mundo. Les emplazo a que la lean por orden, desde el Libro del yermo (1990-1991) hasta El caudal (2009-2012). Comparto con
ustedes los siguientes poemas:
INTERVALO
No pretendo
llegar a ningún sitio,
y sin
embargo escribo cada noche.
Decir es
dirigirse a algún lugar,
marchar a
alguna parte, a un destino
al que uno
se encamina con palabras
crecidas,
luminosas como el cielo
de
originaria y blanca luz nocturna.
Mi meta no
es llegar, pues, sino ir
no sé adónde,
cuando se extingue el día.
Tras cumplir
con las cargas de esta fecha,
el saludo al
colega y al vecino,
la lección
repetida tantas veces,
y los
papeles del estudio, las tres
comidas, el
paseo de la tarde,
y los
preparativos de mañana;
tras terminar
con cuanto ocupa un día,
en resumidas
cuentas, tomo asiento
en mí y
retorno al aire de la noche.
Tomo asiento
a la orilla de mí mismo,
junto a un
papel que nunca escribiré:
desde hace
muchos años, sólo escucho.
Cambié las
oraciones por silencio.
Me sumo así
al olvido que me aguarda,
el olvido
futuro de mis cosas,
en donde no
hay placer ni daño alguno.
Qué calma,
en el vacío de la noche,
la vacía
oquedad de la conciencia.
No pretende decir y sin embargo,
no sé por qué,
tal vez porque ama, sale
irremediablemente
afuera, sale
y quiere
todas las palabras pródigas,
no sé, “aguacero”,
“piel”, “rompiente”… Sí,
una fuerza
propicia e incomprensible,
palabras con
que dice, una y otra
vez, “cuánta
vida, cuánta vida, cuánta”.
(Polvareda)
UNAS POCAS PALABRAS
Esta
noche la nieve oculta los caminos.
Unas
pocas palabras podrán bastarme ahora,
cuando
abrazo tu cuerpo y encuentro en su calor
el
más bello camino que recorrí en mi vida;
unas
pocas palabras podrán bastarme, amor,
para
hablar de tus pasos en esta noche sola,
mi
destino más alto, mi realidad más cierta.
(La
tierra alta)
UNA
BELLEZA
Existe una belleza sin materia,
sin apoyo concreto en unas formas,
sin proporción ni simetría alguna.
No halaga a los sentidos y cautiva.
Pero, más que ganarnos, nos conturba,
nos sobrecoge hallarla así, inocente,
tan clara en las poquísimas personas
que la poseen y la transparentan.
Quién podría decir de dónde nace.
Tal vez de su humildad, de su renuncia,
del bien gratuito de su amor callado;
tal vez de lo que no son, porque apenas
son nadie, apenas tienen nada suyo
salvo lo que nos dan sin que se esfuercen,
salvo aquello que dicen sin herir
ni empañar el silencio de las cosas.
Qué vanas siento entonces mis palabras.
(Nombres del árbol)
NOCTURNO
NOCTURNO
Mi
viaje hacia el pasado llega a un puerto.
Allí
un niño camina con su padre.
Es
de noche, una noche de septiembre.
O
tal vez sea invierno: el aire es frío,
y
sobre sus cabezas el carbón
del
cielo brilla en mil constelaciones.
Juntos,
los dos recorren la escollera.
Detrás,
en la bocana, la farola
despide
a la bahía sus destellos
silenciosos
y verdes. Van despacio,
atendiendo
al sonido de las aguas
que
sin cesar se agitan en las rocas.
El
padre cuenta historias de otro niño,
historias
de otros tiempos y otras tierras;
habla
de aquel que quiso ser, recita
declinaciones,
nombres y latines,
los
nombres de los músculos y huesos.
Y
yo, sin darme cuenta, relaciono
los
astros con los nombres de esos huesos.
Sigo
andando y lo escucho en esta noche
que
no ha cambiado en nada; con él bajo
la
escalinata para ver las grúas,
que
se abalanzan sobre los cargueros.
Es
increíble, el tiempo no ha pasado.
En
los tinglados lucen las bombillas
solitarias
y vuelve aquí el tumulto
de
los estibadores y del tren.
En
esta hora siguen caminando
el
hombre y su hijo por el mismo puerto.
(Nombres
del árbol)
CANCIÓN DEL CAMINANTE
BIEN
lo sabéis: sin nada aquí vinimos.
Sin
nada un día incierto nos iremos.
Vivir
es aprender a andar descalzos,
yendo
con gratitud hacia el misterio.
Bien
lo sabéis: jamás tuvimos nada,
ni
la casa ni el nombre que nos dieron.
Mas
crece nuestro amor por esta nada
en
la que somos más de lo que vemos,
tan
poblada de luz y oscuridad,
tan
copiosa de música y silencio.
(El
caudal)
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