lunes, 31 de marzo de 2014






EL VIAJE DE LA LUZ, Antonio Moreno

Creo que un poeta debe, esencialmente, saber mirar y encontrar donde otros no ven, y transmitirlo, si es posible, con verdad, sencillez y emoción. Esto pienso ahora que tengo entre las manos el nuevo libro de Antonio Moreno (Alicante, 1964), El viaje de la luz (Renacimiento, 2014), una antología (la primera, tras reunir sus poemas publicados hasta 2007 en Intervalo, Comares, 2008) de un escritor que siempre ha escrito el mismo libro (un triángulo sucesivo y fértil entre el mundo, el poeta y su pensamiento emocionado). 

Pero antes de comentar el nuevo libro de Antonio Moreno en esta bitácora en la que solo hablo de la música y los libros que me gustan, quiero referirme a una experiencia gratificante, diría que entrañable, que sucedió durante la conferencia que el poeta pronunció en La Calahorra (Elche) sobre la influencia del mundo clásico en su poesía, a raíz de una invitación cursada por la Sociedad Española de Estudios Clásicos. Fue el día 31 de enero de este año y aún siento el clima de afecto, respeto y admiración que allí se vivió. Rastreaba el autor la vinculación de su obra con el mundo clásico (o viceversa), un clasicismo interiorizado, un mundo cultural aprendido. Y allí tuve la oportunidad de ver en público lo que ya conocía en privado: que la razón de existir de Antonio, que su destino como hombre, es ser portavoz de un hondo caudal poético que mana del venero más íntimo de su ser. El poeta y el hombre comparten con todos nosotros su verdad, en una obra donde la transparencia, el pensamiento, la esencialidad, la emoción y la verdad conviven como las partes de un todo inalterado a través ya de muchos años.  Y en ese acto hubo un aplauso final estremecedor, porque, aparte de la profundidad del contenido expuesto, todos apreciamos la autenticidad del poeta y su generosidad humana.

Leo la introducción que Vicente Gallego regala a los lectores de esta antología y advierto en sus palabras un mismo aroma de gratitud hacia al poeta y hacia su obra. En esencia, entre el prologuista y el poeta antologado hay no pocas connivencias poéticas. Aun a riesgo de simplificar la realidad, puedo decir que mientras Vicente Gallego ha sometido su obra a una fuerza centrípeta de recogimiento y esencialidad espiritual progresiva, Antonio Moreno ha estado siempre en el mismo sitio, en su epicentro esencial, pero su voz, como las ondas concéntricas que produce la piedra en un lago, va centrífugamente enriqueciéndonos. Les  transcribo las hermosas palabras con las que concluye el prologuista: “Como persona, Antonio Moreno es uno de los más grandes regalos que le debo a la generosidad inagotable de la vida. Como poeta, una de las voces a las que me siento más cercano, tanto en la razón estética como en la clara sinrazón compartida del espíritu. Que él siga soplando como y donde quiera, hermano”.

Acabo de leer El viaje de la luz, una antología ponderada para tener una visión global del quehacer poético de Antonio Moreno, una obra que para mí es un una manera esencial y sencilla de mirar la hermosura del mundo. Les emplazo a que la lean por orden, desde el Libro del yermo (1990-1991) hasta El caudal (2009-2012). Comparto con ustedes los siguientes poemas:


INTERVALO

No pretendo llegar a ningún sitio,
y sin embargo escribo cada noche.
Decir es dirigirse a algún lugar,
marchar a alguna parte, a un destino
al que uno se encamina con palabras
crecidas, luminosas como el cielo
de originaria y blanca luz nocturna.
Mi meta no es llegar, pues, sino ir
no sé adónde, cuando se extingue el día.
Tras cumplir con las cargas de esta fecha,
el saludo al colega y al vecino,
la lección repetida tantas veces,
y los papeles del estudio, las tres
comidas, el paseo de la tarde,
y los preparativos de mañana;
tras terminar con cuanto ocupa un día,
en resumidas cuentas, tomo asiento
en mí y retorno al aire de la noche.
Tomo asiento a la orilla de mí mismo,
junto a un papel que nunca escribiré:
desde hace muchos años, sólo escucho.
Cambié las oraciones por silencio.
Me sumo así al olvido que me aguarda,
el olvido futuro de mis cosas,
en donde no hay placer ni daño alguno.
Qué calma, en el vacío de la noche,
la vacía oquedad de la conciencia.
No pretende decir y sin embargo,
no sé por qué, tal vez porque ama, sale
irremediablemente afuera, sale
y quiere todas las palabras pródigas,
no sé, “aguacero”, “piel”, “rompiente”… Sí,
una fuerza propicia e incomprensible,
palabras con que dice, una y otra
vez, “cuánta vida, cuánta vida, cuánta”.

(Polvareda)


UNAS POCAS PALABRAS

Esta noche la nieve oculta los caminos.
Unas pocas palabras podrán bastarme ahora,
cuando abrazo tu cuerpo y encuentro en su calor
el más bello camino que recorrí en mi vida;
unas pocas palabras podrán bastarme, amor,
para hablar de tus pasos en esta noche sola,
mi destino más alto, mi realidad más cierta.

(La tierra alta)



UNA BELLEZA

Existe una belleza sin materia,
sin apoyo concreto en unas formas,
sin proporción ni simetría alguna.
No halaga a los sentidos y cautiva.
Pero, más que ganarnos, nos conturba,
nos sobrecoge hallarla así, inocente,
tan clara en las poquísimas personas
que la poseen y la transparentan.

Quién podría decir de dónde nace.

Tal vez de su humildad, de su renuncia,
del bien gratuito de su amor callado;
tal vez de lo que no son, porque apenas
son nadie, apenas tienen nada suyo
salvo lo que nos dan sin que se esfuercen,
salvo aquello que dicen sin herir
ni empañar el silencio de las cosas.
Qué vanas siento entonces mis palabras.

(Nombres del árbol)


NOCTURNO

Mi viaje hacia el pasado llega a un puerto.
Allí un niño camina con su padre.
Es de noche, una noche de septiembre.
O tal vez sea invierno: el aire es frío,
y sobre sus cabezas el carbón
del cielo brilla en mil constelaciones.
Juntos, los dos recorren la escollera.
Detrás, en la bocana, la farola
despide a la bahía sus destellos
silenciosos y verdes. Van despacio,
atendiendo al sonido de las aguas
que sin cesar se agitan en las rocas.
El padre cuenta historias de otro niño,
historias de otros tiempos y otras tierras;
habla de aquel que quiso ser, recita
declinaciones, nombres y latines,
los nombres de los músculos y huesos.
Y yo, sin darme cuenta, relaciono
los astros con los nombres de esos huesos.
Sigo andando y lo escucho en esta noche
que no ha cambiado en nada; con él bajo
la escalinata para ver las grúas,
que se abalanzan sobre los cargueros.
Es increíble, el tiempo no ha pasado.
En los tinglados lucen las bombillas
solitarias y vuelve aquí el tumulto
de los estibadores y del tren.
En esta hora siguen caminando
el hombre y su hijo por el mismo puerto.

(Nombres del árbol)


CANCIÓN DEL CAMINANTE

BIEN lo sabéis: sin nada aquí vinimos.
Sin nada un día incierto nos iremos.

Vivir es aprender a andar descalzos,
yendo con gratitud hacia el misterio.

Bien lo sabéis: jamás tuvimos nada,
ni la casa ni el nombre que nos dieron.

Mas crece nuestro amor por esta nada
en la que somos más de lo que vemos,

tan poblada de luz y oscuridad,
tan copiosa de música y silencio.

(El caudal)

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