DONDE EMPIEZA LA NADA, Miguel
Sánchez Robles
[Una egagrópila sobre la teoría
de la Planitud]
Recuerdo que conocí a Miguel Sánchez
Robles en Algeciras, poco antes de la celebración de un acto organizado por la
Fundación José Luis Cano para conmemorar el veinticinco aniversario del Premio
Bahía de Poesía. Si preciso más, lo cierto es que lo vi por vez primera a
finales de la década de los ochenta en una pequeña biblioteca pública de
Caravaca de la Cruz, donde ambos impartíamos clases en diferentes institutos.
Desde entonces hasta hoy he seguido su trayectoria literaria, jalonada con la
obtención de los premios más importantes, entre los que se encuentra el último
certamen de cuentos Gabriel Miró. Y nunca ha dejado de sorprenderme esa extraña
mezcla de desencanto como actitud personal ante la imperfección de la vida, y su
búsqueda de un lenguaje poético en nada retórico.
Sirvan estas palabras como pórtico de entrada al comentario que redacté tras la lectura de su última
novela. Y no siento más que gratitud antes de declarar mi enhorabuena al autor
por su libro solo apto para quienes se atrevan a adentrarse en un mundo de una
bella desolación, de una zozobra existencial que es inherente al
narrador-protagonista de Donde empieza la
Nada. Y escribo “libro” porque no me atrevo a escribir “novela”, porque no
sé si este discurso deslavazado, inconexo, suma de egagrópilas tiene cabida en
el cajón de sastre comúnmente conocido como novela. Y qué más da, si el
escritor abomina de ese tipo de escritura decimonónico basada en el
planteamiento-nudo-desenlace donde todo se prevé y se adivina: “Escribes con el
lenguaje de quien lo ha perdido todo y te da igual el argumento de lo que
escribes porque sabes que no hay argumento ni tiene por qué haber un argumento.
Uno escribe sudándosela todo. (…) Se trata de ser inconexos, de ir contra esta
claridad de mierda que lo está afeitando todo con avaricia. Uno escribe así
porque está hasta los cojones de novelas que tratan sobre un amor del carajo.
Uno escribe como si tuviera un helicóptero viejo que se le está quemando dentro”
(p. 199). Miguel Sánchez Robles inaugura un género, la egagrópila, una manera
torrencial de escribir que aúna a mi modo de ver tres elementos: un pesimismo
existencialista cercano al nihilismo, un dominio del ritmo narrativo de una
libertad inusual y una originalidad para crear imágenes poéticas que ya la
quisieran para sí mismos muchos de los escritores consagrados. El autor crea un
estilo de escritura que pudiéramos denominar “egagrópila sánchezrobles”, y ya
está.
Desde el punto de vista temático,
creo que el autor recorre la senda del desencanto, se para junto al camino del
pesimismo, entabla diálogo con la absurdidad del mundo, discute consigo mismo
acerca de la comedia apariencial en la que se vive, se muestra impotente ante
los valores dominantes (“odio la lealtad mecánica a opiniones impuestas” p. 18)
y, por encima de todo, apunta un incorregible deseo de ser otro (“vivir es no
esperar mañana ser lo mismo”, p. 92) y centra sus críticas contra la Planitud
que todo lo afea e impide la autenticidad, la libertad individual y el
pensamiento propio. No obstante, en algunos momentos hay un resquicio a la
esperanza, por mínimo que sea: “Sin embargo en algún lugar de mi abdomen guardo
un saquito de cariño tibio y dulce por la vida” (p. 146). Muestra en ocasiones,
un humor ácido ante los hechos, ante quienes se sienten muy seguros y tienen
ideas inamovibles. Tampoco puede pasarse por alto las constantes alusiones al
valor de la escritura comos salvación y adicción (“me tiembla algo en el alma,
se me seca la boca, me tomo otro martini, necesito escribir, p.13) y también
acerca del sentido de la lectura (“si no leo me desespero”, p. 19).
Con todo, aparte de los
aciertos de hilvanar un discurso fragmentario pero globalmente unitario (véase
los textos de la páginas 264-265), destacan los logros estilísticos, donde Sánchez
Robles posee una poderosa facilidad para crear bellas imágenes (nombra sus
manos untadas de mermelada para ver de cerca las avispas). El ritmo narrativo
es de tal fluidez que es digno de elogio su capacidad para unir pensamiento y
poesía (“empezando poesías, sabiendo que la poesía es el engaño que nos
inventamos para huir de la vida”).
Por su ácido y poético discurso
y por una escritura que inaugura un modo ficcional de decir muy del siglo XXI,
Miguel Sánchez Robles se merece un lugar entre los grandes.
Julián Montesinos Ruiz
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