miércoles, 23 de abril de 2025

 






            EL VIAJE DE LAS BIBLIOTECAS, Antonio Moreno



Esta nueva entrega de Antonio Moreno (Alicante, 1964) podría considerarse, fundamentalmente, un libro de viajes que contiene hermosas descripciones, algunas referencias literarias y sugerentes reflexiones sobre la vida y sobre el sentido de las bibliotecas en la actualidad.


Cada libro de A. Moreno está vinculado a un momento concreto de su vivir. El autor comparte su fértil mundo menor y su conocimiento de los alrededores que visita. Y el resultado es El viaje de las bibliotecas, unas páginas donde coinciden, por un lado, la realidad exterior visitada y vivida (esto es, unas cuantas localidades próximas a Elche, su epicentro vital) y, por otro, la realidad personal (su sencilla visión del mundo y algunas conversaciones con Bárbara, su compañera de vida). Queda claro que estamos ante un libro que se ha escrito de manera premeditada, es decir, el autor ha convertido en alta literatura sus “viajes de proximidad”, narrados con atención y asombro serenos: “Pero ahora mismo estás convirtiendo estos viajes nuestros en un libro” (p. 178).


El autor nos entrega su visión personal de lo cercano. En cada uno de los doce capítulos del libro, contempla la realidad y reflexiona sobre cuestiones esenciales de la vida. Son tan amenas sus páginas (no por la erudición, sino por la sabiduría) que el lector tiene la impresión de estar ante una sucinta miscelánea, pues, de algún modo, dan cuenta de la pasión de Antonio Moreno por la vida, la literatura, la lectura y el sentido actual de las bibliotecas, entre otros asuntos. Pero aun siendo verdad esta afirmación, no deja de ser parcial, porque este libro de memorias o cuaderno de viajes –lo definiré así, a sabiendas de que es incompleta mi apreciación– es un gran libro, que, por su amenidad narrativa, habría que vincularlo con el extraordinario Estar no estando (un viaje por Extremadura). Unas breves palabras del autor sintetizan su idea de viaje: “Pero viajar no depende tanto de las distancias como de la mirada y el asombro” (p. 75). Por eso creo que a la prosa de este autor le sienta bien la vida al aire libre, ese deambular que, como dijeran Miguel Delibes y tantos otros, coadyuva a que surja un discurso pleno de pensamiento claro y de anecdotario ameno. Destaco los capítulos dedicados a Aspe y Alcoy, donde el lector queda atrapado tanto por las acertadas descripciones –recorremos de la mano del autor los mismos lugares que él visitó– como por la ágil narración.

Antonio Moreno va recogiendo y dejando en cada libro las miguitas de pan de su biografía, un itinerario del que, como lectores, da gusto participar. En este sentido, El viaje de las bibliotecas también puede ser considerado como un libro de memorias, al modo de Azorín y de Juan Gil-Albert, pues el autor reflexiona sobre el dolor de la pérdida (pp. 74-75) y el mutismo de Dios ante ese modo de “oración callada” de los hombres (pp. 38-39); crea bellísimas descripciones de las silenciosas calles de Aspe (quizá uno de los capítulos más agradables, pp.77-94); recrea la biblioteca Gabriel Miró (pp. 14-15), un espacio muy especial en su vida; y comparte, entre otras cuestiones, sus opiniones sobre la poesía y el inevitable olvido que seremos (pp. 66-67).


Como en libros anteriores, el autor sigue fiel a su estilo detallista para insistir en que todo lo minúsculo está pleno de sentido. Y así sucede con esa flor que se obstina en vivir entre dos escalones (p. 47), o cuando concluye algunos capítulos con brevísimos párrafos que dan cuenta de la hermosura del mundo: “Tras el cristal, todo ese orbe asoma como una realidad de luz vivificante, silenciosa” (p. 93). Entonces, la visión propia de la realidad y el estilo personal se retroalimentan en la prosa de Antonio Moreno, lo que podría vincular al autor con esos “primores de lo vulgar” que Ortega y Gasset advirtió en Azorín, con quien comparte nuestro autor no pocos aspectos, algunos de ellos relacionados con la temporalidad y la preponderancia de lo descriptivo. No en vano, Antonio Moreno reflexiona sobre el hecho de que el escritor de Monóvar no congenie con los gustos actuales, debido a que ya no existen la pausa, ni el silencio ni la serena contemplación del mundo, y concluye que, con el tiempo, tal vez vayan reduciéndose sus lectores. Estas reflexiones sobre Azorín también le llevan a compartir la opinión de este escritor sobre los libros: “No más libros, ni más hojas impresas, muertas hojas, desoladoras hojas. Seamos libres, espontáneos, sinceros. Vivamos” (p. 114). Y, a continuación, Antonio Moreno aclara el sentido que tienen los libros en su vida: “Los libros añaden mundo al mundo. Pueden seducir, pero en verdad no sustituyen al mundo. No obstante, a esta edad mía –ni poco ni mucho–, nada de todo eso importa. Sencillamente, los libros están a nuestro lado, dentro de cada día. Sin ellos nuestra vida hubiera sido más pobre, sin duda distinta” (p. 115).


Ese don de mirar que posee el autor para seleccionar elementos de la realidad es una cualidad que ya estaba en sus libros narrativos. Y el resultado estilístico de esa actitud de observación no es una prosa poética (que actúa por acumulación verbal y otros recursos), sino más bien todo lo contrario, la sabia contención de quien embrida su estilo hasta alcanzar un ritmo narrativo elegante y preciso. Sospecho que quien así escribe bebe –literariamente– del manantial sereno de algunos escritores esenciales.


Comparado con otros anteriores, advierto en este libro mayor presencia de un tono bien humorado, aunque existe también una crítica puntual ante ciertos comportamientos o valores que distan mucho del mundo sereno –silencioso– que defiende el escritor.


Esta obra es algo más que un elogio de las bibliotecas, esos espacios que, en su opinión de Antonio Moreno, deben considerarse como una conquista irrenunciable de la sociedad: “Pero en estos días bárbaros y digitales, donde las humanidades y las letras cada vez importan menos, una biblioteca también se parece más a un anacronismo, como los poemas. Por eso es un logro social y un lujo de los pueblos” (p. 52). Es, además, un ejemplo de literatura de calidad, de esa literatura del yo que interpela a todos los lectores, porque habla de nosotros, de nuestros afanes, de nuestra pertenencia a un espacio mediterráneo, de todo lo que nos vincula con la vida verdadera y sencilla. El viaje de las bibliotecas es también un homenaje al valor de la lectura, pero es, sobre todo, un maravilloso viaje.


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