CUANDO ALGO QUEDA VIBRANDO EN EL CORAZÓN,
Julián Montesinos Ruiz
Es difícil situar en nuestra
autobiografía el momento en que uno decide escribir un poema o un cuento. Pero
si somos rigurosos siempre averiguamos en qué circunstancias emocionales fue
escrito. Quiero decir con ello que para mí el poema debe ser reflejo de un
tiempo y un espacio, pero sobre todo respuesta a la necesidad de expresar unos
sentimientos que hay que compartir para no sentirnos tan solos. La poesía, de
este modo, será comunicación con el otro de mi humilde verdad emocional.
Fue allá,
en las frías tierras de León, en unos tiempos de mudanza política, cuando sentí
que la poesía empezaba a formar parte de mi vida. Era yo un joven de catorce años
que escuchaba atento las explicaciones que el profesor de Literatura (mi
apreciado Ángel García Aller) daba en clase y decidí que yo también quería ser
así, que me gustaría, en un futuro no muy lejano, compartir con otros jóvenes
la experiencia de la literatura, ese archivo sentimental y sapiencial de la humanidad.
Y empecé a comprarme libros y a ser visitante ocasional de la magnífica
biblioteca pública que había en el parque de San Francisco. Poco a poco fui
vinculándome a los libros y a disfrutar de ellos como de una callada compañía
que todo lo llenaba.
Pero mi
descubrimiento de la poesía se lo debo al azar, al hecho de que mediara poco
tiempo entre la muerte de mi padre y la concesión del Premio Nobel a Vicente
Aleixandre. Mi descubrimiento de la obra del poeta sevillano vino a compensar
una sensación de orfandad afectiva en la que yo vivía y que, paradojas del
destino, siempre me ha resultado muy difícil superar. La poesía de Aleixandre me llevó a leer a los
grandes poetas de la Generación del 27 en una edición de Cátedra que aún guardo
con cariño en mi biblioteca. El contagio de la Literatura se había obrado, y a
partir de ahí la lectura me llevaría inevitablemente a la escritura, aunque eso
sucedió mucho más tarde.
La vida
me regaló cuanto soy: me hizo profesor, amante de la Literatura, aunque en
especial de la poesía y de algunos cuentos por los que siento verdadera
admiración. Y me resulta curioso pensar ahora en el modo tan intenso con que leía
cuando rondaba los veinte años; y tantas lecturas dieron como resultado, cuando
aún no tenía los treinta, mi primer libro de poemas, titulado Paisajes y desconciertos, y que fue Premio
Bahía de la Fundación José Luis Cano, de Algeciras.
Durante
una década, la vida seguía empujándome hacia los demás, que no eran otros que
mis alumnos, guiado siempre por mi interés de mejorar la didáctica en el ámbito
educativo. Por aquel tiempo me dediqué a leer las obras más adecuadas para los
jóvenes, y a desentrañar cuál podía
ser el corpus de obras óptimas para el alumnado, esfuerzo que se vio
recompensado con la redacción de una tesis doctoral sobre literatura juvenil y
su dídáctica.
Pero
ahora, recién estrenada la década de los cincuenta, vuelvo a mí, a mis lecturas y a la escritura. Fruto
de este reencuentro con mi primera vocación son los poemas que estoy agrupando
con el título de Gratitud, un libro
que pronto verá la luz si nada se tuerce.
También
creo que la poesía excede los estrechos límites de un poema y que se muestra en
muchas otras formas de expresión (la música, la publicidad, en un paisaje, en
un rostro bello, en un color, en una palmera de nieve…). Por eso, el poeta ha
de estar atento y ser algo así como un cazador de claridades, de sentimientos,
de metáforas capaces de atrapar con la palabra esa porción de belleza, de
sentimiento y de verdad que nos hace la vida más hermosa.
Inmerso
también en esta visión de la literatura, espero reunir bajo el título de Los afectos un conjunto de cuentos que
han sido premiados en diversos certámenes de la geografía nacional.
Por cierto,
últimamente solo escribo cuando siento que algo queda vibrando en la memoria
del corazón.
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