Gabriel García Márquez
Tengo un gran respeto, y sobre todo un gran cariño,
por el oficio de profesor y por eso mismo me reconforta saber que ellos también
son víctimas de un sistema de enseñanza que los induce a decir bestialidades.
Una de las personas inolvidables en mi vida es la profesora que me enseñó a
leer, a los cinco años. Era una moza bonita y sabia, que no pretendía saber más
de lo que podía, y era tan joven que con el tiempo acabó siendo más joven que
yo. Era ella la que nos leía, en clase, los primeros poemas. Recuerdo con la
misma gratitud al profesor de literatura del colegio, un hombre modesto y
prudente que nos conducía por el laberinto de los buenos libros sin
interpretaciones rebuscadas. Este método posibilitaba a sus alumnos una
participación más personal y libre en el milagro de la poesía. En síntesis, un
curso de literatura no debería ser más que una buena guía de lecturas.
Cualquier otra pretensión no sirve más que para asustar a los niños. Pienso yo,
aquí entre nosotros.
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