sábado, 5 de octubre de 2013




LA DÁDIVA, José Carlos Llop

Hoy me ha contado un amigo
que en un monasterio del norte
hay un benedictino enfermo
que, además de la oración,
dedica sus horas a la lectura.
En las mañanas de invierno
surgen del bosque los jabalíes
e inauguran con su paso lento
el blanco manto de nieve
caída bajo la memoria de la luna.
Entonces el monje abandona
el monasterio con una cesta
en los brazos, y les da de comer
como si fueran pájaros.
Luego regresa a su celda y lee,
pues los males que afligen su cuerpo
le impiden las tareas de su orden.
Y los jabalíes desaparecen
hasta la mañana siguiente.
Hoy me ha contado mi amigo
que este invierno, al pasar
junto a su celda entreabierta,
el monje tenía entre las manos
el último libro de versos míos.
De repente una luz distinta
ha iluminado mi casa:
he visto la celda benedictina,
la mole parda de los jabalíes
sobre la nieve, la mano
que les arroja una manzana,
la vida que puse por escrito,
ahí de pie, en un claro nevado.
Y las horas en que escribí ese libro
han adquirido un estado de gracia
no sé si inmerecido, pero sí distinto
y superior al que tuve a solas
mientras escribía sus versos.
Ése es el sentido de la poesía.
Y el mundo me ha parecido
un lugar generoso, sereno
y habitable, donde al alba
unos jabalíes hozan la nieve
virgen, y un hombre de oración
les arroja unas manzanas.
El aire tañe el silencio frío
entre las ramas de los árboles.

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