EL GRAN GASTBY, F. Scott Fitzgeralt
La novela de F. Scott Fitzgerald (1896-1940) refleja la mundanalidad de unos personajes, casi siempre superficiales y desorientados, que se ven arrastrados por el deseo de prosperar y de tener, por disponer de mejores casas, de amigos más influyentes, de vidas más exclusivas y excitantes. Esta novela tan elogiada convierte Nueva York en una ciudad de posibilidades, en el símbolo de esa “América Feliz” de los años previos al crack de 1929 donde los sueños de un ciudadano podrían convertirse en realidad.
Hace muchos años abandoné la lectura de El Gran Gastby (1925), pero siempre supe que llegaría el momento de leerla, entre otras cosas porque siento predilección por ciertas novelas y películas cuya acción transcurre en la costa Este de los Estados Unidos, y porque me obligo a leer esas obras que el transcurrir del tiempo ha considerado clásicas.
Lo primero que sorprende es el hecho de que el narrador sea un personaje implícito y, por tanto, testigo de cuanto acontece. Este narrador, Nick Carraway, acaba siendo el amigo del protagonista, Mr. Jay Gastby, un hombre rico y atractivo que no solo ha “maquillado” su vulgar pasado, sino que se mantiene fiel al amor que siempre sintió por la bella Daisy, una joven que acabó casándose con el insensible, millonario y vulgar Tom Buchanan.
Los personajes viven en el hastío y hacen gala de cierta superficialidad. Diría que muchos están dominados “por el absurdo destino que lleva en manada a sus habitantes, de la nada a la nada, por un corto atajo” (p. 118). Y al final de la novela –quizá el momento en el que la obra adquiere algo más de interés y se desencadena fluidamente el desenlace–, se producen varios asesinatos, que sirven para conocer aún más los escasos valores de algunos personajes. En ese momento el narrador afirma que “Tom y Daisy eran descuidados e indiferentes; aplastaban cosas y seres humanos, y luego se refugiaban en su dinero o en su amplia irreflexión, o en lo que demonios fuese que les mantenía unidos, dejando a los demás que arreglaran los destrozos. que ellos habían hecho” (p. 189). Me sorprende que estos mismos personajes expresen opiniones racistas, sobre todo cuando se refieren a que ellos son nórdicos –la raza dominante– y que han creado la civilización que ahora deben defender (p. 24).
Desde el punto de vista narrativo, el hecho de que el narrador omnisciente sea un personaje lleva a Nick a inmiscuirse en la acción, del mismo modo a como lo hacían algunos escritores decimonónicos. Y comenta: “Releyendo lo que hasta ahora llevo escrito, veo que doy la impresión de que…” (pp. 67 y 111).
En fin, una novela interesante, aunque quizá algo sobrevalorada, que sigue siendo un referente por muchas cuestiones que no vamos a desarrollar en este breve apunte.
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