jueves, 1 de junio de 2023

 

 



               AL DIOS SIN NOMBRE, Antonio Moreno

 

 

Con este último libro de poesía, publicado en la colección Cálamo de la editorial Menoscuarto, cierra Antonio Moreno (Alicante, 1964) un proyecto poético coherente, iniciado hace muchos años con la publicación de sus primeros libros: Los nombres y el tiempo (1989), que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Miguel Hernández; y Libro del yermo (1993), que logró el Premio Joaquín Benito de Lucas. Desde entonces hasta hoy, el escritor alicantino ha nombrado su mundo y ha tejido una obra coherente de altísima calidad, presidida siempre por una urdimbre temática y formal que lo han convertido en un escritor de referencia. Hago esta categórica afirmación a sabiendas de que el autor quizá considere hiperbólicas mis palabras, pero convencido de que muchos de sus lectores las darán por válidas.  

Al final de esta reseña, ofrezco una relación de las obras que Antonio Moreno ha publicado hasta hoy, pero ahora quiero citar algunas por las que siento predilección: entre sus libros de poesía, destaco La tierra altaNombres del árbolEl caudalLo inesperado y Al Dios sin nombre; escojo su libro de prosa poética Alrededores; reivindico algunos de memorias (Mundo menor y El sueño de los vencejos, entre otros); y comparto mi fascinación por el extraordinario libro de viajes Estar no estando.

         Hecha esta somera selección de algunos de sus títulos, quiero insistir en que desde su primer libro hasta el último el poeta ha ido enriqueciendo su mundo poético, a la vez que manteniendo unas cualidades propias que hacen que su obra sea reconocible. Bastaría con leer los poemas del libro que reseñamos, “La gota de agua” o “La tormenta”, para confirmar algunos de los rasgos esenciales que definen su poesía. 

 

LA GOTA DE AGUA

 

La gota de agua ignora que es un prisma

donde el sol se deshace hermosamente.

Ni la luz ni la gota buscan nada, 

y sin embargo se recrean yendo

desde el añil y el verde al amarillo,

como pulsando el ser de los colores.

El esplendor del mediodía cruza 

a través de la gota

                           sobre el pétalo,

sobre el grana encendido de la rosa.

Y todo ese fulgor dura en el ojo 

antes de ser vapor disuelto en aire.

 

 

LA TORMENTA

 

Esta emoción perpleja,

mirar pasar las nubes –blancas, grises, oscuras–

fraguando la tormenta,

el fulgor del relámpago y el estruendo del cielo,

una mujer que corre,

un paraguas mojado tras ser recién abierto,

unos cuántos gorriones nerviosos y fugaces

en medio de las ráfagas, volando, huyendo, ¿adónde?,

sin ninguna certeza.

Todo tan silencioso aquí, tras el cristal,

distante, melancólico

porque el mundo suceda –ayer y ahora y siempre–

al margen de nosotros.

 

       Las características a las que me quiero referir son: primero, un pensamiento esencial, que no ahoga el sentimiento del poema, pues se trata de un diálogo metafísico con el mundo, del que extrae una enseñanza de vida; segundo, la presencia de una belleza poética que no pasa inadvertida, y que es el fruto literario de alguien que es capaz de ver la esencia de la poesía en lo minúsculo (cantos de playa, vainas, animalillos, amapolas…), porque el poeta es un ser que está conscientemente en el mundo y es, asimismo, una más de sus criaturas; tercero, una precisión estilística cada vez más acendrada, que confiere a sus versos un decir exacto y claro; cuarto, una excelencia métrica que hace de su poesía canto y ritmo, pues bastaría con analizar la segunda parte de Al Dios sin nombre para admirar los dieciséis poemas dispuestos en perfectos endecasílabos.

Antonio Moreno ha creado un libro hondo, una obra de raigambre clásica y coherente con su tiempo. Si admitimos la noción de unidad temática de toda su poesía, podemos concluir que su último libro es un eslabón más de esa gran obra que se asienta cómodamente en lo reflexivo, lo contemplativo y lo sensitivo. Estructurado en dos partes, con 19 poemas y 16 (si bien la segunda parte sería un único poema), el autor redondea una obra en la que insiste en algunos de sus temas recurrentes.

Prevalece una mirada atenta a la naturaleza, donde el poeta es uno más entre el paisaje. ¡Cuántos vencejos, gorriones, gatos, perros y nubes aparecen en las páginas de sus libros! La admiración por la naturaleza es máxima para quien busca en ella el sentido y el misterio de la vida. Así, en poemas como “Gorriones”, llega a mencionarlos con un apóstrofe e ironiza cuando afirma que cualquier caminante junto a ellos sería poco más que un espantapájaros. Y en el último verso de “Las metamorfosis”, concluye que toda existencia al cabo se reduce a “un trozo de madera que arde y sueña”. Pero todo esto sucede así porque el poeta es un caminante que escucha cuanto ve y siente, como si su ser más hondo estuviera siempre conectado a la vida que late en la naturaleza.

En segundo lugar, se ahonda con aceptación en la conciencia del paso del tiempo (tal y como sucede en el poema “Preguntas”, en el que el autor se cuestiona: “¿Qué clase de hombre /has sido en esta vida?”), hecho que le lleva a aceptar que vivir es algo así como ir desgastándose hasta llegar a un sabio desprendimiento. Asimismo, en el elocuente poema “No”, lo expresa de este modo: “No tengo nada. Nada, / al menos, / que verdaderamente sea mío. / (…) Cada día que nace / me siento menos dueño de las cosas”. Y, como consecuencia del paso del tiempo, comparte su certeza: ha llegado el momento de cuidar de lo esencial, es decir, del alma. Así sucede en el poema “Nuevamente”, mientras el poeta se entretiene contemplando unas nubes.

Otro tema recurrente sería la soledad necesaria para ser y aprender, no la propia de los huraños eremitas. En “Nadie” muestra el callado existir de quien contempla la vida al otro lado de una ventana abierta al mundo y a los otros (p. 18). En esta soledad apetecida son muchas las veces que el poeta se interpela con ese “tú” que es pregunta y es respuesta a un tiempo, afirmación y duda compartidas: “Aprende a estar / tendido, como el gato, en este cénit” (escribe en “Nuevamente”). 

Otro tema importante es el sentimiento de transcendencia, que ya fue tratado en libros anteriores y ahora lo condensa en los versos finales del poema “Lo invisible”: “El silencio del Dios que hubo al principio, / antes de nada. / El que oirás después”. Son varios los poemas donde está ese Dios que es imposible asir, pero sí sentir, porque no tiene nombre y está en todo (léase el titulado “El poema”: “Habla de Dios y a un tiempo lo refuta. / Habla con Dios / pero la vez lo niega.” (…). /Lo halla / en un perro, en el árbol o en la tierra, en sí mismo, en la calle”. En este sentido, pudiera decirse que para Antonio Moreno la realidad es también un elemento transcendente.

Asimismo, quiero insistir en la dimensión religiosa de este poemario. Creo que en ningún libro anterior de este autor tiene lo religioso tanta preponderancia como en el que comentamos. Pero si entendemos, como lo hacía Dámaso Alonso, que todo poema es una búsqueda de lo absoluto, creo que muchas de las creaciones de Antonio Moreno se integrarían dentro de ese acercamiento al hecho religioso, entendido como experiencia imprescindible para entender el misterio de la vida.

Aunque ya estaba presente en otros libros anteriores (recuerdo ahora “Exequias”, de Polvareda, o ese verso que repite “No lo entiendo… La fe que me sostiene”, de Tabla rasa), la presencia de Dios adquiere en este poemario un valor omnipresente. La visión de Dios que alumbra el poeta entronca, tal vez, con el Dios de Spinoza. Para el filósofo neerlandés de origen luso, Dios es y está en la propia realidad y se expresa a través de la naturaleza. Por eso, en la poesía de Antonio Moreno, Dios late en las cosas y en las criaturas que nos rodean. Diría que esta idea maestra es la respuesta del poeta para mostrar su amor a la vida, para celebrar el regalo de existir diaria y calladamente, precisamente ahora que se vislumbra la inexorable llegada de la muerte: “Cada día converso con mi muerte. / Aunque tampoco sepa qué es mi muerte” (poema 8, pág. 49). Y se refiere también a la razón o sinrazón de la fe: “No tiene ya ningún sentido hablar / de la fe que me deja ver tu rostro, / porque tú estás en todo lo presente / igual que en todo lo que nunca veo, / estás hecho de ausencia y de presencia, /de cuanto está ocurriendo y se diluye / en brumas, en vapor con luz, en nubes / que son principio y fin siempre de paso” (poema 11, pág. 52). 

Para comprender este nuevo matiz temático en la poesía de Antonio Moreno, bastaría con leer el poema 13, en el que muestra una suerte de mística contemporánea, como si Dios estuviera presente en la gracia infinita de todo lo que existe.

 

Es todo paradójico, que seas,

en tu vacío, el criador de formas,

el que agosta y derrama, el hacedor

de este caleidoscopio inagotable

donde el mundo se forja y se disgrega.

Uno dice que nace, piensa, vive,

en medio de esa nada que es tu centro,

y no es sino vapor entre las nubes.

Es paradójico que tu silencio

pueda en cambio decir todos los nombres

agrupando el principio y el final;

tú, que jamás has sido nadie, nada,

tan sólo este temblor en nuestro pecho,

la misteriosa forma del amor.

 

Llegados a este punto, creo pertinente reproducir unas palabras que escribió Vicente Gallego en la introducción de la antología, publicada en Renacimiento, con el título El viaje de la luz: “Estos poemas nos hablan chorreando claridades: las del eterno mediodía en los campos del alma…, las de un amoroso sentir que nunca engaña”. 

Quiero insistir en que Al Dios sin nombre es un libro hondo y coherente, que demuestra la acertada labor de un escritor que merece admiración y reconocimiento. Este poemario es la última pieza –por el momento– de un puzle poético que da sentido a una vida dedicada a la creación. Por todo lo expuesto, para mí Antonio Moreno será siempre un grandísimo escritor, un caminante atento que siente el paisaje y escucha el latido de la vida.

 

 

 

____________

 

 

Para los lectores interesados en la obra de Antonio Moreno, ofrezco el listado de sus libros publicados hasta la fecha:

 

Obra en verso

Libro del yermo, Col. Melibea, Talavera de la Reina, 1993.

Solar antiguo, Pre-Textos, Valencia, 1996.

Visión del humo, Pre-Textos, Valencia, 1998

Partes de un todo, Huerga y Fierro, Madrid, 1999

Metafísicas, Pre-Textos, Valencia, 2000

Polvareda, Pre-Textos, Valencia, 2003

La tierra alta, Col. La Veleta, Comares, Granada, 2006

Tabla rasa, Centro Cultural Generación del 27, Málaga, 2007

Intervalo (Poesía reunida), Col. La Veleta, Comares, Granada, 2007

Nombres del árbol, Tusquets, Barcelona, 2010

El caudal, Col. Adonáis, Ediciones Rialp, Madrid, 2014

El viaje de la luz (Antología), Renacimiento, Sevilla, 2014

Cuaderno de Kurtná Hora, Libros Canto y Cuento, Jerez de la Frontera, 2015

Unos días de invierno, Renacimiento, Sevilla, 2016

Más de mil vidas, Renacimiento, Sevilla, 2018

Lo inesperado, Renacimiento, Sevilla, 2022

 

Obra en prosa

Alrededores, Pre-Textos, Valencia, 1995

Mundo menor, Denes, Valencia, 2004

Los espejos del domingo, Renacimiento, Sevilla, 2004

El laberinto y el sueño, Renacimiento, Sevilla, 2009

En otra casa, Isla de Siltolá, Sevilla, 2012

No lejos, Fundación Newcastle, Murcia, 2016

Estar no estando (Un viaje extremeño), Pre-Textos, Valencia, 2016

El sueño de los vencejos, Newcastle, Murcia, 2019

Visita de año nuevo, Newcastle, Murcia, 2020

 

         

 

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