martes, 18 de abril de 2023

 

EL NOMBRE DE LAS COSAS Y UN POEMA DE 

Antonio Moreno

 

 


En los paseos habituales por mi ciudad y sus alrededores establezco, casi sin quererlo, una comunicación tácita entre la realidad y mi pensamiento. Por la pertinaz sequía, abril no tiene el esplendor cromático de otras primaveras. Como si fueran las mariquitas del campo, echo en falta las abundantes amapolas que antes se extendían junto al camino. 

La realidad exterior está esperando la mirada atenta de quien camina y la interpela. En esta comunicación, me siento feliz si logro nombrar los pájaros y los árboles con los que me encuentro. En cuanto recuerdo sus nombres verdaderos, los veo brotar en mi interior, los hago míos. No se trata de un prurito filológico, sino más bien de una sed de precisión, de un anhelo de conocimiento, que tiene mucho que ver con esa manida afirmación del filósofo Wittgenstein, según la cual la profundidad del pensamiento está limitada, más o menos, por la amplitud del vocabulario.

         Este deseo de nombrar los árboles y las plantas me lleva a reclamar, a veces, la ayuda de algún jardinero municipal. Hay algunos que no saben nombrar los árboles que cuidan, pero sí saben qué compañero puede ayudarme. Cuando el jardinero pronuncia un nombre y yo lo repito, de inmediato ese árbol pasa a formar parte de mi vida.

Decía J. J. Millás que, si no sabemos nombrar las cosas, todo se desvanece, porque no nombrar algo con precisión supone desconocer ese objeto o ese sentimiento que nos turba. Según Millás, si no sabemos cómo se nombra una cosa nunca podremos amarla. 

         Es precisamente su imprecisión lo que permite a la palabra cosa abarcar tanto. Tener una cosa en la punta de los labios es situarla en una frontera: si el hablante retrocede dubitativo, la palabra cosa se disuelve en la nada oscura del cerebro; por el contrario, si la verbaliza, adquiere vida léxica y abandona su inexistencia de cosa.

         Hace unos días, tal como digo al principio de este escrito, salí a caminar por el río y continué un poco más arriba hacia el pantano de mi ciudad. Casi por sorpresa, entre la sequedad persistente de este tiempo, vi a un lado del camino algo muy bello y no tan grande como en años anteriores, que me recordó un poema no menos hermoso de mi amigo el poeta Antonio MorenoCon su creación les dejo.

 

AÑO 2019

 

Entre la suciedad de pilas, bolsas

y plásticos y latas de aluminio,

en el mismo lugar de siempre, cerca,

ahí mismo y a un tiempo allá muy lejos,

roja, de un rojo que es más que su nombre,

surgida para inaugurar el mundo

a pesar de nosotros, en el borde

de camino por donde caminábamos,

frágil, limpia, sutil, vino a salvarnos 

–trémula de verdad– una amapola.

 

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