miércoles, 25 de enero de 2023

 

               VIDA. Biografía y antología de José Hierro,

               Jesús Marchamalo y Lorenzo Oliván

 

 


Cuando uno comienza a leer este libro y comprueba que conoce gran parte de los poemas de este autor, comprueba con gozo que le siguen gustando mucho gran parte de ellos. Quienes me regalaron este libro saben estas cosas, pero ignoran que este libro bellamente editado es solo un libro divulgativo. Esto no es un demérito –no es este el objetivo que se persigue–, pero creo que se desaprovecha la ocasión de haber profundizado más en la trayectoria biográfica de José Hierro y en la explicación de algunas de las claves de su obra, un poeta al que Jesús Marchamalo despacha con rapidez y con alusiones más extraliterarias que estrictamente poéticas. Es decir, es valiosa su aportación, pero siempre incide en asuntos ajenos al intrínseco valor poético de sus versos. A estas alturas, ya es demonio público que usaba botellas de oxígeno, que era un fumador empedernido, que adoraba a sus nietas, que le fascinaba la música, que era un buen amigo de sus amigos, que hacía paellas espléndidas o que cultivaba viñedos... Lo dicho: hubiera sido pertinente que al hilo del itinerario vital de José Hierro se hubieran explicado algunas cuestiones esenciales de su obra. Tan solo hay una referencia a la importancia que el poeta concedía a la musicalidad de sus versos, un aspecto que a mí siempre me ha parecido muy cuidado: “Hablaba de letra y música cuando se refería a su poesía, y afirmaba que la música, siempre, era anterior a la letra” (p. 22). Siempre hay en sus versos un respeto a la métrica y a la musicalidad, si bien en los tres últimos libros –Libro de las alucinaciones (1964 ), Agenda (1991) y Cuaderno de Nueva York (1998)– el poeta se adentra en el verso amplio con mayor frecuencia, al tiempo que incluye imágenes más atrevidas. Son habituales los poemas eneasílabos, un metro que popularizó Rubén Darío. Basten unos versos de su conocido poema “Réquiem”:

 

 […]

Es una historia que comienza

con sol y piedra, y que termina

sobre una mesa, en D’Agostino,

con flores y cirios eléctricos.

[…]

                  Me he limitado

a reflejar aquí una esquela

de un periódico de New York.

Objetivamente. Sin vuelo

en el verso. Objetivamente.

Un español como millones

de españoles. No he dicho a nadie

que estuve a punto de llorar.

 

Aunque siempre se refirió José Hierro al enmudecimiento de su voz, de su canto poético, afortunadamente nos dejó un manojillo de poemas ciertamente logrados. De ellos dan fe la acertada selección realizada por el poeta Lorenzo Oliván.

Estamos ante un libro divulgativo, bella y primorosamente editado, aunque quien esto escribe no solo echa en falta una mayor profundización en el análisis biográfico de José Hierro, sino también echa de menos una edición sin erratas.

 

 

DON ANTONIO MACHADO TACHA EN SU AGENDA

UN NÚMERO DE TELÉFONO

 

 

Borra de tu memoria

este número de teléfono.

2-6-8-1-4-5-6.

Táchalo en tu agenda.

Si ahora marcaras este número que no puede escucharte,

nadie respondería. Este número sordomudo:

2-6-8-1-4-5-6.

Borra, olvídalo, tacha este número muerto:

es uno más, aunque fue único.

 

Las hojas de tu agenda tienen más tachaduras

que números y nombres.

Ya quedan menos a los que llamar;

apenas quedan números y nombres que te hablen

o que te escuchen: 2-6-8-1-4-5-6.

Haz todo lo que puedas para que se disuelva en tu memoria:

destrúyelo, trastuécalo:

8-6-2-4-1-5-4,

rómpele el ritmo que le correspondía:

4-5-2-6-1-8-4,

ya no lo necesitas,

no necesitas esos números, esos nombres o sombras.

2-6-8-1-4-5-6:

«¿Está Leonor?»

Y suponiendo que alguien te responda,

será otra voz la que responderá.

Baraja el número, confúndelo, desordénalo.

Así: 1-4-2-5-6-8.

«¿Está Guiomar?»

Baraja números y nombres, barájalos,

sobre todo los nombres:

«¿Está Guionor?» «¿Está Leomar?»

                                                                        Silencio.

Olvida, tacha, borra, desvanece

esos nombres y números,

no intentes modelar la niebla.

resígnate a que el viento la disperse.

 

¡Colinas plateadas...!

 

(Agenda, 1991)

 

 

EN SON DE DESPEDIDA

 

No vine sólo por decirte

(aunque  también) que  no volveré nunca,                                         

y que nunca podré olvidarte.

 

Emprendo la tarea

(imposible, si es que algo hay imposible)

de racionalizar, interpretar, reconstruir y desandar

aquellas fábulas y hechizos

que gracias a ti fueron realidad.

 

Recupero los pasos iniciados a la orilla del río

y que desembocaban en “Kiss Bar” (aunque no estoy seguro

dónde  estaba el principio y dónde el fin).

 

Estoy  cansado, muy cansado.

Don Antonio Machado dijo hace más de medio siglo:

“Soy viejo porque tengo más de sesenta años,

que es mucha edad para un español”.

(Sin comentarios).

 

                    He vivido días radiantes

gracias a ti. Entre mis dedos se escurrían

cristalinas las horas, agua pura. Benditas sean.

Fue un tercer grado carcelario:

regresas a la cárcel por la noche,

por el día –espejismo– te sientes libre, libre, libre.

Nadie  pudo, ni puede, ni podrá por los siglos de los siglos

arrebatarme  tanta felicidad.

 

Yo no he venido –te lo dije–

para decirte adiós. Sé que no me echarás de menos,

y eso que yo soñaba ser todo para ti

como tú lo eres todo para mí.

¡Ay vanidad de vanidades y todo vanidad!

 

No te importuno más (ni siquiera sé si me escuchas).

Bebo el último whisky en el “Kiss Bar”,

la última margarita en “Santa Fe”,

rodeo luego la ciudad y su muralla de agua

en la que ya no queda nada que fue mío.

Desisto de adentrarme en su recinto,

no tengo fuerzas para celebrar

la melancólica liturgia de la separación.

Sólo deseo ya dormir, dormir,

tal vez soñar...

 

 

Cuaderno de Nueva York (1998)

 

VIDA

 

Después de todo, todo ha sido nada,

a pesar de que un día lo fue todo.

Después de nada, o después de todo

supe que todo no era más que nada.

 

Grito ¡Todo!, y el eco dice ¡Nada!

Grito ¡Nada!, y el eco dice ¡Todo!

Ahora sé que la nada lo era todo,

y todo era ceniza de la nada.

 

No queda nada de lo que fue nada.

(Era ilusión lo que creía todo

y que, en definitiva, era la nada.)

 

Qué más da que la nada fuera nada

si más nada será, después de todo,

después de tanto todo para nada.

 

 

(Cuaderno de Nueva York, 1998)

 

 

 

Título: Vida. Biografía y antología de José Hierro.

Autor: Jesús Marchamalo (textos) y Lorenzo Oliván (antología).

Editorial: Nordicalibros.

Año de publicación: 2022.

Páginas: 246.

 

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario