WAKEFIELD, Nathaniel Hawthorne
No sé por qué, pero últimamente estoy leyendo libros y cuentos que me llegan de manera inesperada, los hojeo y sin darme cuenta me dejo llevar hasta concluirlos. Con los anteriormente comentados en este blog, Wakefield comparte su breve extensión, pero lo que verdaderamente sorprende de este curioso y extraño relato es que en sus escasas páginas se aborde el abismo de un hombre que adopta una decisión absurda: abandonar a su mujer sin ninguna causa aparentemente justificada.
Llegué a Wakefield después de escuchar el encomiástico comentario que Rosa Montero le dedicó en una breve entrevista. En el transcurso de la misma, la autora madrileña resaltó –aparte de elogiar Lolita de V. Nabokov y Los desposeídos de Úrsula K. Le Guin– el singular tratamiento que del tema de la huida y de la soledad desarrolla Nathaniel Hawthorne (Salem, 1804-Plymouth, 1864), un novelista casi desconocido pero muy apreciado por formar parte de la narrativa norteamericana decimonónica, junto a Edgar Allan Poe y Herman Melville.
Este relato cuenta el momento en que un esposo decide abandonar a su mujer para instalarse en un edificio de la misma calle. Durante veinte años vivirá solo, sin contacto con nadie, consciente de que con esta decisión destruye la vida de su esposa y convierte la suya en una existencia anodina, monótona y en exceso reflexiva. Durante ese tiempo, coincide por azar con su esposa, aunque ella no lo reconoce. Él se siente otro hombre y considera que “cualquier movimiento regresivo hacia su vida anterior resultaría casi tan difícil de realizar como el paso que lo llevó a esta inusitada situación”.
Este original y bien escrito cuento ha tenido un desarrollo escaso. Admitido su original tema, se echa en falta un tratamiento más ambicioso que nos haga olvidar que estamos ante una obra menor. Quizá por eso consuele pensar que esta historia absurda de un hombre solitario se habría convertido, en las manos de un escritor como Ítalo Calvino, en una magnífica novela equiparable a las que integran Nuestros antepasados.
Escrito en primera persona, el autor acompaña al lector, se inmiscuye en ocasiones en la historia, sabedor de que es un narrador omnisciente que domina todo. Sin embargo, al final, casi de manera abrupta e imprevista, decide abandonar al personaje en la puerta de la casa familiar. Nos dice el autor que Wakefield añora el calor de la chimenea encendida, y suponemos que entra en casa como quien vuelve a Ítaca, de regreso de una absurda guerra personal.
Así comienza la obra.
“Recuerdo haber leído en algún viejo periódico o en alguna revista antigua una crónica que, relatada como si fuera real, contaba la historia de un hombre, de nombre Wakefield, que decidió marcharse a vivir lejos de su mujer una temporada larga. Contado de manera tan abstracta, este acontecimiento no resulta muy raro; y tampoco debe ser tildado de pícaro o disparatado, sin la adecuada aclaración de las circunstancias. Sin embargo, aunque lejos de ser el más grave, quizá represente el ejemplo de fechoría marital más insólito que se conozca. Y, por otra parte, nos hallamos ante una monstruosidad tan digna de mención como cualquiera de las que aparecen en el catálogo de rarezas humanas. Este matrimonio residía en Londres. Fingiendo marcharse de viaje, el marido se fue a vivir justo a la calle contigua a su propio domicilio y permaneció allí más de veinte años, sin que ni su mujer ni sus amigos supiesen nada de él, y sin que pueda hallarse asomo de razón a su decisión de autodesterrarse. Durante todo aquel tiempo pudo contemplar su casa un día tras otro y vio con frecuencia a la afligida Sra. Wakefield. Finalmente, tras este paréntesis tan largo en su felicidad conyugal –cuando su muerte se daba ya por segura, con su herencia repartida, su nombre totalmente olvidado, y cuando su esposa se había resignado hacía mucho, mucho tiempo a su madura viudedad–, entró una noche por la puerta tan tranquilo, como si solo se hubiera ausentado el día anterior, recuperando de nuevo su papel de amante esposo hasta la muerte.”
Título: Wakefield.
Autor: Nathaniel Hawthorne.
Traductora: María José Chuliá.
Ilustradora: Ana Juan.
Editorial: Nórdica.
Edición. 2011, 3ª edición.
Año de publicación: 1837.
Nº de páginas: 80
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